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EL CORRER DE LOS DÍAS

Cambios de hormigas bobas

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Pasados los milenios, las hormigas bobas, cansadas de no poder defenderse y con deseos de que no las considerasen tan bobas como eran, pidieron a los dioses una ponzoña para protegerse de la lengua larga de los camaleones que, al acecho, y a distancia, tragaban no solo hormigas, sino toda clase de diminutos insectos más inteligentes que ellos. Argumentaron que para los camaleones tragar hormigas era como fumar marijuana. Los dioses contestaron a la Comisión que los visitaba, --con arreglados vítores esporádicos y carteles que dejaban suponer sus voces inaudibles, llenas de indignación,--- que estaban seguros de que por tener la lengua larga, los reptiles de ojo giratorio y de lengua eréctil, habían llegado lejos, escapando del ojo divino y que talvez era mejor crear dos ponzoñas para cada hormiga, decisión asaz justa, pero que estaban conscientes de que varias ponzoñas resultarían en una crisis ecológica, porque la decisión atentaría contra el presupuesto de la Madre Naturaleza. “Hay ya demasiadas ponzoñas, pero lo pensaremos”, acotaron.

El jefe de la Comisión aclaró que no habían pedido dos ponzoñas, sino una, pero de buena calidad, e hizo énfasis en ello. Pero el dios mayor se había sacado del oído los molestosos audífonos, cuando aún la decisión o promesa flotaba y los cartelones se disolvían en trazas irrepetibles con solo la esencia, el resumen de los pedidos.

La hormiga boba vocera, convencida, ante el silencio celeste, se escondió, pensando sin embargo en una futura ponzoña, la necesaria por ahora, pues suponía que rechazar dos ponzoñas podría desencadenar la oportunidad de conseguir una.

Todo marchó como dios manda, y sus descendientes, millones de años después, transigieron con un premio otorgado por haber resistido tan valerosamente la lengua erguida de los pequeños saurios.

Los dioses habían cambiado de gobierno y de valores, y dijeron, para justificar sus indecisiones que las hormigas de alas fueron una inspiración para los que pintaron humanos alados nada bobos, y los llamaron ángeles. Dijeron no poseer tanta memoria como para dar calor a pedimentos de larga data, pero que a cambio, los hormigones seguirían recibiendo alas para en caso necesario, escapar de las hormigas, que, como las caribes, también exigían alas y ya tomaban en cuenta las alas como un pedido masculino, pero feminizado no se sabe cómo ni hasta cuándo, pero que por su “angelidad” tenía todas las pintas de una horrenda equivocación. Una voz esquizoide gritó que alas no son ponzoñas y que el pedido se había tergiversado a tientas, pero el ruido era tanto en aquel momento que la esquizofrenia se desplomó herida de muerte mientras lamentaba que a los alacranes, desde siempre, se les hubiese donado no solo ponzoñas, sino veneno con el cual habrían de combatir en su momento, los animales de lengua elongada.

Entonces, a pesar de las nuevas protestas, solo las hormigas machos, las llamadas “machi hormigas”, recibieron nuevas alas para volar, defenderse y cuidar de los nidos de sus inconformes compañeras de infortunio, las pobres bobas.

La idea de la ponzoña se empantanó y el reclamo fue engavetado para unos posibles supermilenios para un estudio más profundo, y retornado al illo tempore para evitar la memoria del mismo, y el rumor popular consideró que las hormigas de otras regiones, las que poseen ponzoñas, debido a sus alianzas con los camaleones, y otras especies similares, alcanzaron éxitos que aún son el modelo del arribismo. Por ello, sin tiempo en los relojes de arena, en los de sol y en la modernidad electrónica creada para engañar el lapso, una forma del tiempo incomprensible.

Las llamadas “bobas”, de acuerdo con otros miembros de la familia “hormigoide”, pensaron en la revolución, pero ahora, sus falsos representantes, conocedores de la miel que las acerca al panal embriagador, se alabaron proclamando que hemos logrado la paz sin ofender a nadie a base de la “hormigamia” absoluta, nueva ideología tropical que es el modelo capacitador de no sentir el desprecio de los demás y de no defenderse de quien se autodefine su enemigo desde fuera y desde dentro de su hormiguero.

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