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VIVENCIAS

Un tesoro sin valor

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Juan F. Puello HerreraSanto Domingo

Aquella dama antañona que en su juventud se codeaba (y alardeaba) con una higth class sin pertenecer a ella, al casarse y tener sus hijos, apoyada por su esposo casquivano, creía tener un tesoro inapreciable en estos, los protegió y justificó creyendo que no habría forma de que los fracasos se asomaran a sus vidas. Aspiraba se casaran con alguien de la rancia aristocracia y para esto les puso nombres de reyes y príncipes.

Lo que no contaba que la vida le haría una enorme trastada, como la de aquella canción María Coraje de Víctor Manuel respecto al último de los hijos que dice: “tiene un hijo poeta, un carpintero y tres en México, otros dos en la mina, uno que es fraile y el más pequeño, que siempre fue muy guapo pluscuamperfecto, hoy es una flor tierna de invernadero”.

Los valores que reflejan los hijos dependen en mucho de la educación que reciben. Cuando unos padres se empecinan en sacar a flote los hijos asumiendo que estos tendrán una mejor condición económica por el hecho de encontrar un buen partido para establecer una relación amorosa, la decencia, la dignidad y el decoro brillan por ausencia.

Resulta un verdadero despropósito programar el futuro de los hijos bajo el criterio de una buena negociación en el campo de la relación sentimental. Da grima cuando uno piensa que un ser salido de las entrañas de un ser humano se convierta en un instrumento de negociación.

Es una triste y penosa suerte que se busque la felicidad en asuntos estrictamente mercuriales. Desde esa perspectiva, es importante recordar aspectos esenciales sobre la felicidad, a quienes tienen la propensión de asegurar un porvenir económico presentando a los hijos como carnada para familias de “alto rango”.

La felicidad por regla general no viene a uno con las tonalidades que esperamos. Aunque parezca un contrasentido citar a Robert Green Ingersoll abogado y político estadounidense, veterano de la guerra civil, crítico de la religión y agnóstico, este expresaba que la “felicidad no es un premio, sino una consecuencia; por igual el sufrimiento, que no es un castigo, sino un resultado”.

Los locos intentos de gente ambiciosa por lograr riquezas a cualquier precio, pervierte cualquier relación. Estas almas mezquinas que enarbolan trofeos ganados en el campo de la habilidad y la astucia, se hacen presa fácil de un orgullo vano que solo pueden exhibir en lugares donde no se practique la bondad.

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