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El 24 de abril de 1965: Peña Gómez en su corazón

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Eligio Gabriel Serrano GarcíaSanto Domingo

El doctor José Francisco Peña Gómez fue el gran estratega del proceso revolucionario bautizado con el nombre de Revolución del 1965 o Revolución de Abril, pues él marchó hacia los preparativos de ese acontecimiento con la clara determinación de que el camino a seguir era el derrocamiento del Triunvirato que nos gobernaba por su condición de ilegítimo, abusivo, corrupto y antidemocrático. Este grupo llegó al poder tras el derrocamiento del Gobierno Constitucional del profesor Juan Bosch.

A Peña le tocó preparar las condiciones subjetivas que hicieron posible el surgimiento de ese acontecimiento y oponerse de manera resuelta a las posiciones absurdas y dañinas que copaban el escenario político del momento, tanto en las filas de su partido como en los sectores de la izquierda pro-marxista-leninista.

En la fila de su partido, el Revolucionario Dominicano, existía un sector conservador que era partidario de asistir al evento electoral que organizaba el gobierno ilegal del Triunvirato, evento a todas luces fraudulento, pues los locales del partido blanco estaban impedidos de su apertura y sus dirigentes brutalmente perseguidos, encarcelados o deportados y clausurado el programa radial Tribuna Democrática.

Tuvo José Francisco que cuestionar con energía y decisión a ese sector derechista, así como también a los amigos de la izquierda radical que planteaban el derrocamiento del gobierno por la vía de la guerra de guerrilla, al estar convencido de que ambas posiciones no posibilitaban las más mínimas condiciones para vestirse de gloria.

Pero no solamente supo salirle al paso a esa prédica, sino que definió la situación de manera tal que al momento dado, el carácter del movimiento no era cuestionado, porque no bastaba con señalar el camino, como él lo comprendió. Había que labrarlo y pautar su transitar hacia la conducción deseada, y eso era posible solamente unificando todas las fuerzas sociales y políticas que fuesen afectadas, de una u otra manera, por ese régimen. El doctor Peña Gómez emprendió los pasos de lugar entre militares, empresarios, comerciantes, trabajadores y juventud para encausar la unificación de las coincidencias de los descontentos.

En fin, con su prédica concientizó al pueblo del camino que se debía emprender, organizó a su partido y unificó a civiles y militares, acción ésta bajo su dirección, por lo que adquirió el nivel de organizador y orientador de esa jornada.

A eso se debe que, al momento preciso del brote del movimiento constitucionalista, los que tenían el derecho de llamar para informar que ¡ya!, que ya este había comenzado, acudieron a él, que tenía el derecho y la potestad de avisarles a los demás. No se le ocurrió llamar a otra persona. Procedieron a comunicarse con el que ellos consideraban que era el indicado; el que lo acompañaba en la fragua del movimiento. Precisamente el que se había ganado la autoridad de informar y llamar al pueblo.

No trataron ni pensaron procurar a otro. Porque otro no había adquirido ese Don que brinda la confianza. Lo procuraron a él, a José Francisco Peña Gómez porque solamente él, en ese instante, había ganado la confianza de todos los sectores empeñados en el regreso al orden constitucional.

Solamente él lo podía hacer. Y así lo hizo.

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