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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

La segunda y tercera cruzadas, 1144 y 1189

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.JSanto Domingo

La obra de la primera cruzada, se vino abajo cuando Edesa, situada en la Mesopotamia superior, cayó en el 1144 en manos musulmanas. En respuesta, se organizó la segunda cruzada, que continúaba bajo el liderazgo de los papas. En efecto, el papa Eugenio III le encargó a Bernardo de Claraval, un santo monje cisterciense de predicarla. La convocatoria tuvo un éxito total: Luis VII de Francia, Conrado III y un ejército alemán la apoyaron y se pusieron en movimiento en el 1146.

Para el 15 de octubre del 1147 sufrieron una terrible derrota en Dorilea. Conrado logró escapar con apenas la ¡décima parte de su ejército! De nuevo fracasaron en su ataque contra Damasco. La derrota fue humillante. Atacaron a unos musulmanes que habían sido aliados. Y una flota inglesa que partió en apoyo de esta cruzada, aprovechó para reconquistar ¡Lisboa! Por esos tiempos, Gerhoh de Reichersberg calificó “la dirección eclesiástica de la guerra como <>.” (Friedrich Schragl, “Las Cruzadas” en J. Lenzenweger y otros, Historia de la Iglesia Católica, 1986, 359).

El poder musulmán crecía bajo el liderazgo de Saladino, quien pacientemente logró unificar a diferentes grupos. A Saladino se le atribuye este comentario: “Miren a los francos. Contemplen con cuánta obstinación luchan por su religión, mientras que nosotros los musulmanes, no mostramos ningún entusiasmo por pelear una guerra santa” (Amin Malouf, The Crusades through Arab eyes, 1984, 1).

Las fuerzas cristianas estaban divididas en 1186, luego de la muerte del rey leproso, Balduino V. De un lado estaban la hermana mayor del rey leproso, Sibila y su esposo, el arrogante Guido de Lusignan; del otro, Raymundo de Trípoli, que se había arreglado por su cuenta con Saladino.

Fue así como el 4 de julio del 1187 las fuerzas de Saladino les propinaron una terrible derrota en los Cuernos de Hattin, cerca de Tiberíades al impetuoso Guido de Lusignan y los caballeros cristianos provenientes de Jerusalén. Musulmanes y cristianos comandaban ejércitos similares, Bernard Hamilton (2001: 56) habla de 17,000 combatientes para cada contingente. Los francos pelearon con fiereza, pero el liderazgo de Saladino fue superior, logrando vedarle el acceso al agua, maniobra que redujo la fuerza de la caballería franca. Saladino mostró su magnanimidad tratando bien a los nobles francos, y su venganza al decapitar personalmente a Reinaldo de Ch‚tillon y ordenando la ejecución de todos los caballeros templarios y hospitalarios. Reinaldo de Ch‚tillon había atacado una pacífica caravana musulmana en la ruta de Transjordania.

La derrota franca le posibilitó a Saladino la captura de ciudades y castillos cristianos. El 2 de octubre del 1187 Jerusalén se rendía. Saladino mandó derribar la cruz de oro de la Cúpula de la Roca. La caída de Jerusalén desencadenaría la tercera cruzada.

La tercera cruzada duró los años que van del 1189 al 1192. El papa Clemente III se había ocupado de poner en paz a franceses e ingleses para que pudieran enfrentar a los “infieles”. La ruidosa partida desde Ratisbona del Emperador alemán, Federico Barbarroja parecía garantizar buenos resultados, pero el 10 de junio del 1190, el Emperador murió ahogado al atravesar el río Salef, en Cilicia, Asia Menor, camino de la cruzada. En el 1191 Ricardo Corazón de León conquistó Chipre, pero las pugnas entre los ambiciosos príncipes cruzados dejaron a Jerusalén en manos musulmanas. En el 1192, Saladino y Ricardo Corazón de León firmaron un armisticio para que los peregrinos pudiesen visitar Jerusalén. Las luchas internas en Alemania por la corona imperial detuvieron los esfuerzos cruzados.

El papa Celestino III (1191 - 1198) llamó a la cruzada. Fue aplaudida, pero sin resultados. Su sucesor, Inocencio III (1198 - 1216), uno de los papas más poderosos de la Edad Medía, lanzaría la Cuarta Cruzada, tan éxitosa como vergonzosa.

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do

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