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OTEANDO

El precio de la exclusión

“Cuando vean a un grupo de hombres consumiendo un manjar, pueden asegurar que disfrutarán más ese manjar en la medida en que sepan que los otros están privados de él”

Jean-Jacques Rousseau.

Un órgano del Estado, una cualquiera de sus instituciones son, en el discurrir cotidiano de su desempeño, fiel expresión de la sociedad que los genera.

Cuando el presidente Danilo Medina ha dicho que “la educación es el verdadero nombre de la libertad” no lo ha hecho por hacerse el gracioso ni por crear un slogan que vaya acorde con posturas demagógicas o politiqueras; lo dice consciente que la exclusión, en sus diferentes manifestaciones, es la causa final y eficiente de la pobreza y esta de la cada vez más multiplicada desigualdad.

Sócrates decía que “el bien más preciado lo constituía la felicidad”; pero la felicidad se torna inasible si se la busca sin los recursos necesarios para idealizar, dentro de nosotros, qué modelo de vida nos bastaría para ser felices, qué entorno favorecería esa deseada felicidad, qué bienes materiales son sufi cientes para estimarla tal, etc. Y es seguro que la cuestión no encontrará acertada resolución en la cabeza de un ser humano con limitaciones para el pensamiento medianamente productivo, el cual solo es posible a partir de un mínimo de conocimientos metódicamente ordenados y aprendidos, es decir, a partir de un nivel determinado de educación, en su combinada concepción de instrucción y razonamiento.

Pero resulta que la exclusión limita a muchos en su posibilidad de acceder la educación deseada y no es sino ahora cuando, por primera vez, un gobierno dominicano pone en el centro de sus prioridades la educación como eje fundamental del desarrollo humano que, en fi n de cuentas, como traté de explicar anteriormente, favorece una adecuada vocación para el discernimiento que permite apreciar cuáles cosas me harán feliz y cuáles no.

Traigo todo lo anterior a colación con el propósito de vincularlo con el recién ocurrido espectáculo en el marco del cual varias agentes de la Policía Nacional permanecieron inmóviles e irreverentes ante la interpretación, en un lugar público, de nuestro Himno Nacional.

Lo que quiero decir sobre el particular entronca con lo que expreso en el primer párrafo de este artículo de manera cardinal. No quiero excusar a estas agentes ni a la policía como institución, ni nada por el estilo; lo que quiero es destacar que en la policía, y cualquier otra institución, aparecen personas irreverentes con los lábaros patrios porque abundan en nuestra sociedad, y abundan en nuestra sociedad por la ignorancia que propicia la exclusión que es un mal histórico.

¡Pero lo peor es que la cuestión tiene un efecto que contagia y se revierte! Los excluidos inventan su propio cauce de expresión para todo lo que sienten y aspiran, crean “géneros musicales”, formas de vestir, modos de hablar, que poco a poco van minando nuestra sociedad, y por vía de consecuencia, vulgarizándonos en gustos y preferencias merced al poder determinante de los medios de comunicación masiva; es como la venganza de los excluidos contra sus excluidores, es como decir que nos ponen a pagar bien caro, el precio de la exclusión.

El autor es abogado y poitólogo.

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