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La nueva lecturía de los milennials

Entre quienes bordean los cuarenta, esa casi paleolítica generación de los milennials, se afirma que los jóvenes que les siguen, los nuevos milennials, no están leyendo. Que son diferentes.

Los padres y maestros deploran su conducta “individualista” y “egoísta” —van descarnadamente a sus fines— diferente a la que vivieron. “Están pendientes sólo al móvil”, —se quejan.

El grupo de jóvenes más próximos, los hijos de los milennials, han vivido con intensidad el período post 2000, caracterizado por continuos y fabulosos avances tecnológicos. Esta carrera alcanzó a los primeros cuando rondaban la pubertad; a los nacidos a partir del 2000 los acompaña desde que superaron el parto. En las mañanas, no es extraño verlos con amplias y negruzcas ojeras.

El horario del sueño alterado por el chateo y la interacción socio-multimedial a través de la nueva documentalidad: el hipertexto. Lo social, como realidad, ha sido sustituido para ellos por una realidad virtual, por los “hologramas” que hasta sus ojos e instantáneamente proyectan los dispositivos móviles y fijos de la híper comunicación.

He ahí la palabra: comunicación. Su necesidad primaria. Más que las fisiológicas, incluyendo la alimentación. Para muchos menores de 18 años, la primera necesidad no es el simple alimento o vestido, es saber qué de comer, de saber y lucir hay de nuevo o tienen, para publicarlas en sus redes sociales como acto de ostensible gratuidad. Son espacios de intenso mercadeo. Informan y son informados de qué conveniencia o valor aportan o adquieren; qué nuevas funciones agregan las aplicaciones a los dispositivos; qué nuevo modelo a imitar en el vestir o el pensar trae el día… Qué nueva belleza admirar. Qué nuevo amigo hacer… Pero instantáneamente.

Socializar tras la novedad, praxis hiperbolizada de la inaugurada por la revolución industrial. La ejercen como sociabilidad aparente, sin rostros ni compromisos. Los apegos y su durabilidad están condicionados por las causas que los impulsan: su predestinada obsolescencia.

He ahí la segunda palabra: predestinación, un ritual post moderno a la teoría antigua de los ciclos. Ahora se produce en la muerte de los mensajes. Twitter lo ilustra. Recibirlos exige la presencia perenne. Verlos morir en el instante ni importa ni produce escozor. Lecturas fugaces, no activan el viaje natural de los axones hacia su también predestinada función: construir las sinapsis. Ajenas al recuerdo. Intensa y permanente. Honra a lo paradojal en su brevedad. Contenidos sin amarres con la existencia: momento e impresión, destello de razón o sin razón. Monet y Renoir estarían satisfechos. Implica decodificar mensajes transmitidos mediante diversos “formatos”, canales y medios o soportes. Esencia de la experiencia multimedial de los nuevos millennials. Para ellos, “Una imagen dice más que mil palabras” se coloca frente a la tipografía impresa como opción de gráfica potencia. La intelectualidad que creció en el modelo de lectura “analógica” piensa —por su experiencia— que un mensaje no es recibido hasta que no desencadena una respuesta. La “salida” del nuevo milennial es instintiva por pre condicionada y vive lo que dura un clic.

Es el hecho: ampliación de los modos de leer por la diversidad de “formatos”, “soportes” y “canales” que llevan y traen los mensajes (te recordamos, Sausure). Incremento de la opción que aumenta el abismo cultural entre padres e hijos: entre milennials y nuevos milennials. La causa: el carácter utilitario y casual con que los milennials asumen la tecnología vs el carácter lúdico y perentorio con que los de 18 o menos la usan. Una diferencia atizada por la segmentación de contenidos que los navegadores realizan a partir de las preferencias que, en su navegación, definen los usuarios y archivan esas portentosas bases de datos instantáneas y robóticas.

Cada segmento poblacional ha sido caracterizado: asociado a innúmeras rebanadas de contenido, según esas huellas dejadas al navegar. Ellas levantan y fortifican muros entre las generaciones, diferenciando sus formas de percibir y pensar (por los niveles, el sentido y utilidad del “saber” estructurados por la información consumida).

Las horas de cotidianidad real y en común se reducen y aquel término —proairesis— de Galvano de la Volpe (1983) construye, en el ciberespacio y desde fuera del hogar, el perfil de los milennials próximos.

La diferencia de información consumida erosiona los vínculos inter generacionales e inter sociales, creando un abismo cultural y restando valor a las praxis cotidianas conjuntas. Las generaciones orbitan el mismo espacio más no el mismo tiempo; están en el mismo lugar mas no en lo mismo; pueden mirar hacia adelante, pero no en la misma dirección. Mirar el mismo objeto y verlo diferente…

Así, ante el regaño o castigo por besar al primer amor y publicarlo en las redes el milennial próximo responderá: “Sólo fue un beso”, “¿Qué hay de malo en eso?”, “¡Ni que hubiese salido preñá!”.

Es lo que vivimos; una nueva lecturía que define a millones de milennials próximos, poniendo en jaque las tradiciones y modos de lecturía y participación social y cultural. La afirmación de que los millenials no están leyendo no es verificable. Leen y escriben dejando la fascinante huella de su personalidad y nivel de educación. De todo. Basta que atraigan su atención.

Es una consecuencia de que la gente esté intercomunicada, como está hoy.

Según datos del Instituto Dominicano de las Telecomunicaciones (INDOTEL), a febrero del 2018 en el país existían 10.14 millones de líneas (telefonía de voz), cuyo crecimiento de 0.16% respecto al mes anterior (enero, 2018) fue impulsado por 18,490 líneas netas (+0.21%) en la telefonía móvil. De esas 10.14 millones de líneas de voz, 8.82 millones correspondieron a líneas móviles en tanto las líneas fijas o por IP continuaron quedando atrás, representando un 13% (1.32 millones). El ratio líneas/población general supera la unidad ya que no incluye los 3.2 millones de niños y adolescentes (0-14 años) entre quienes no es absoluto el uso de los móviles (30% de la población).

Esta nueva lecturía, en la que cada quien participa “según su capacidad” y “según su necesidad” es verificable empíricamente: hasta los vendedores ambulantes, dominicanos o no, andan con sus móviles a mano.

Todo gracias a que en el país hay 31 empresas ofreciendo servicios de internet y tres son concesionarias para el servicio de datos.

En esta nueva lecturía, cómo participará la nueva intelectualidad?

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