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EL DEDO EN EL GATILLO

La caja china

He descubierto un plagio, y me intentan pagar para que no lo denuncie. Desobedezco. Estoy a punto de acudir a la justicia, pero antes el plagiario se involucra en una gran obra de caridad pública gracias a un amigo dentro de una ONG.

De buenas a primeras, el hombre se ha hecho famoso. Célebre. Mediáticamente es aclamado, y nadie cree que días antes había cometido un tamaño delito contra la integridad de un gran escritor.

Ante esa contundente realidad, no sé qué hacer. Todavía me duele la bofetada en pleno rostro. Mi verdad se la ha tragado un pantano invisible.

Tuve otro caso. Un hombre reservó un fin de semana con su familia en un resort. Estaba a punto marchar a disfrutar sus vacaciones cuando lo llaman para informarle que su reserva había sido cancelada por causas imprevistas. El hombre insistió, rogó, se trasladó al hotel, pero allí le informaron algo similar: un inesperado grupo de turistas extranjeros había arribado y no hubo más remedio que entregar las habitaciones a los extranjeros.

Era mentira. El hombre descubrió que el dueño del hotel era familiar de un médico que él había denunciado por prácticas ilícitas. Al enterarse de la reserva, el galeno le pidió a su amigo hotelero que incluyera su nombre en el listado de personas non gratas.

¿Una tercera historia? Una amiga me obsequió de cumpleaños una pequeña caja de doble fondo que podía trastocarse. A veces el fondo oculto pasaba a ser mayor, y en otras, el espacio principal reducía su tamaño y se subordinaba al que en apariencia lucía de menos importancia.

-La caja china –ella me dijo, y quedé pensativo. Nunca imaginé que mis experiencias pudieran ser encerradas en un hermoso, y a la vez pequeño envase oriental.

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