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Las alas de abril

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Yvelisse Prats Ramírez de PérezSanto Domingo

A las tres de la tarde del 24 de abril de 1965, miré a mi alrededor, como si despertara de un ensueño, y me encontré parada en el Parque Independencia, bajo un sol candente, ¡y con un paño de cocina en la mano!

Asombrada, confusa, busqué en mi interior el recuerdo que explicara la situación extraña.

Mi memoria respondió a ese llamado, y lentamente, recuperé los antecedentes de lo que pasaba.

Había estado oyendo la radio mientras fregaba los trastes sucios del almuerzo, cuando la voz inconfundible de Peña Gómez irrumpió en las ondas hertzianas. Llamaba al pueblo a apoyar la insurrección de los militares Constitucionalistas que acababan de rebelarse contra el Triunvirato, exigiendo la “vuelta a la Constitucionalidad” o sea, el retorno de Juan Bosch a la presidencia, de la que fue vilmente despojado el 25 de septiembre de 1963.

Los que conocieron a Peña Gómez, saben que su voz potente, de cálido tono, vibrante, sugestiva, era una de las más poderosas y magnéticas facetas de su liderazgo.

Al escuchar su llamado apremiante, sus argumentos del porqué y para qué nos convocaba, algo así como una ráfaga de fuego y de aire puro, me sacudió, me elevó, me impulsó, transportada, a salir de la pequeña cocina, mojadas de espuma las manos, que sostenían el trapo de secar, salir de casa, caminar alucinada las calles, y encontrarme en el Parque que empezaba a llenarse de gente.

Agitando el paño húmedo como una bandera, supe en ese momento que la voz de Peña Gómez había anunciado esa tarde la Epopeya.

La palabra siempre es cuna de hazañas. En esa tarde de abril, la proclama ferviente del líder no solo fue cuna, sino madrina amorosa de ese suceso magno que empezó siendo una rebelión contra el dictatorial Triunvirato, para luego convertirse en una heroica guerra de liberación nacional.

Recuerdo esa convocatoria magnifica, y la represento como una fuerza alada. Las alas que Tony Raful atribuye, en un texto insuperable a ese abril hazañoso, con sus utopías a flor de piel; las alas que como a un personaje mitológico impulsaron mis pies hasta el Parque Independencia, para que viera y gozara el primer capítulo de la Revolución, el despertar de la gente que se abrazaba y gritaba recuperando su valor, su decisión.

Luego, vinieron los días duros, las acciones bélicas, las noches oscuras perforadas por tiroteos esporádicos. También, momentos buenos, las cenas franciscanas, por sobrias, en casa; papá, mis cinco hijos, y Barahona, Pujols, Gerardo Marte, comandantes de la Revolución, y amigos de Peña Gómez y míos.

Venía también un extranjero singular Piero Leghese, sociólogo, historiador, escritor, que intimó con mi familia. Años más tarde escribió un libro documentando aunque polémico, sobre la Revolución, en el que menciona esas reuniones.

El empeoramiento de la salud de papá y la ubicación peligrosa de mi casa, me obligaron a iniciar un doloroso periplo que si tengo tiempo escribiré algún día para mis nietos y bisnietos.

La Revolución no triunfó, confinada en sus capitaleñas 20 cuadras habitadas por héroes, heroínas y mártires.

Escribimos con sangre, eso sí, un capítulo ardiente de la historia de una nación ocupada militarmente dos veces en un mismo siglo. La Revolución de Abril nos inscribió en la crónica de las epopeyas de América, el Versainograma a Santo Domingo de Pablo Neruda fue un batir de alas testimonial de solidaridad intelectual que llevó el nombre de nuestro país al mundo entero.

¿Fui yo protagonista? No, en el sentido épico griego. Cabe ese calificativo a Teresa Espaillat, para citar una. Es una guerrera, la admiro y la quiero mucho.

Testigo, sí. Comprometida sí, y creo que fui un poco más lejos. Sentía, siento, un orgullo apasionado por haber compartido un espacio y una época con tantos paladines, y tanta dignidad. Al cumplirse este año el 53 aniversario de la Revolución abrileña, siento emerger de los muñones tristes de los años de olvido, las alas de abril. Esta vez, no me conducen al Parque Independencia, con mi paño estandarte. Ahora me llevan, a sumarme a la lucha contra la corrupción y la impunidad.

Mientras no se controlen, la constitucionalidad sigue en peligro.

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