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Juan F. Puello HerreraSanto Domingo

Una de las expresiones que más ha llamado mi atención en estos últimos días es la que una madre ha manifestado sobre la manera de vestir de su hijo mayor. Desde su punto de vista esa madre considera que su hijo no se viste se decora.

Y esta sola expresión lleva a considerar la extraña sensación que se experimenta cuando alguien pone su empeño en impresionar a los demás con su estilo peculiarísimo de exhibir una ropa cara y exclusiva.

De esta manera el que presume de estar en mejor condición económica que otros mostrando su inclinación al modelaje valiéndose de la ropa que compra a precios prohibitivos para la mayoría de la gente, se encuentra a un paso de caer en la idolatría de la propia persona que equivale a un ego recargado. Es frecuente encontrar esta forma de conducirse en ambientes sociales que se encuentran influenciados por el afán de mostrar sus posesiones materiales. Cuando alguien busca “romper ojos” -como se dice popularmente- con lo que posee entra en un terreno movedizo que después resulta muy difícil de salir.

El presuntuoso no repara en esfuerzos para lograr sus propósitos de adornarse con elementos superfluos mayormente para esconder sus frustraciones y complejos. De igual manera, busca aventuras en el ámbito de la alta costura y lugares exóticos que aunque van dirigidas a satisfacer su yo solo sirven para demostrar su escasa sensibilidad social con las clases económicas menos pudientes.

El orgullo equivalente a la soberbia y la vanidad juegan un papel estelar en este tipo de conducta. En cuanto al orgullo llama a la reflexión hasta dónde puede llegar la arrogancia del corazón humano impulsada por el exhibicionismo. Respecto a la vanidad, vale aplicar el proverbio turco de que una onza de vanidad deteriora un quintal de mérito.Fernán Caballero pseudónimo utilizado por la escritora española Cecilia Bˆhl de Faber y Larrea, tiene una frase que tiene aplicación con lo descrito: “La vanidad es la necedad del egoísmo y el orgullo la insolencia de la vanidad”.

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