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FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO

El papá de Tarzán

Para escribir este breve artículo me he acercado al Papá de Tarzán y le he pedido su autorización.

Está claro que no me refiero al personaje ficticio “Tarzán”, creado por Edgar Rice Burroughs y aparecido por primera vez en una revista en 1912; adaptado después a comics, cine y televisión.

En sus diferentes versiones, protagonizado por Johnny Weissmüller, junto a la inseparable mona Chita, “Tarzán de los Monos” entretuvo a varias generaciones, que admiraban su capacidad, ingenio y destreza.

Si ese fue Tarzán, ¿qué sería su papá? Pues bien, en esta ocasión les estoy hablando precisamente de “El Papá de Tarzán”, como cariñosamente es conocido el Padre Julio Soto Hernández, salesiano dedicado por más de medio centenar de años al ejercicio de su ministerio sacerdotal en la Sociedad Salesiana, para servicio de la juventud, al estilo de Don Bosco.

Se trata de un tremendo salesiano que, a pesar de sus añitos, se conserva como el “primer guandul”, ofreciendo su presencia educativa en el Instituto Técnico Salesiano (ITESA), donde realizó el servicio de director por más de una ocasión, como lo hizo también en el Colegio Don Bosco, en el Instituto Agrícola Salesiano (IATESA) y en la Inspectoría Salesiana de Las Antillas.

“El Papá de Tarzán” cumplió cincuenta y cinco años de haber sido ordenado sacerdote, lo que no es “paja de coco”. En una sociedad que le huye al compromiso y a la consagración sacrificada, no hay dudas de que tenemos de frente a alguien que, con su testimonio, nos motiva a seguir adelante impulsando valores en la selva de este mundo.

Sin grandes alaridos y sin mucha estridencia mediática, Julito Soto ha sido, y es, alegría de jóvenes y mayores, cultivando el espíritu de familia y la amabilidad propia de la espiritualidad salesiana.

Sus raíces hay que buscarlas en el ambiente familiar vivido en el entonces Colegio y Oratorio Don Bosco, que hizo exclamar a Manny Mota (El Chory): “Yo soy un hijo de Don Bosco”, orgulloso de la formación salesiana recibida.

En ese ambiente, bajo la sombrilla de salesianos ejemplares, como los Padres Antonio Flores, Andrés Németh, Higinio de Paoli, Enrique Mellano y tantos otros, se desenvolvió la infancia de Julito Soto. En esa casa salesiana aprendió él, y muchos más, a ver la vida color esperanza y a resaltar lo positivo y bueno de las personas que nos rodean. Aprendimos a amar a la juventud al estilo de Don Bosco.

El Papá de Tarzán comprendió que sólo entrando en la jungla de este mundo, gritando cuando hay que hacerlo, con la bondad en el corazón, es posible lograr que los jóvenes respondan al llamado de ser buenos cristianos y honrados ciudadanos.

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