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Valorar la inteligencia humana

Existe una gran preocupación en el mundo, no sin cierto grado de razón, sobre el avance y desarrollo de la inteligencia artificial y de la big data; en el caso de la primera, por la posibilidad de ser utilizada en contra del hombre; y de la segunda, por su uso para manipular, tergiversar y dirigir nuestras actuaciones y emociones.

Es necesario, y más en estos tiempos, resaltar y valorar la inteligencia del hombre, aquella capaz de ver más allá de la curva y explicar el mundo y las cosas desde órbitas, criterios y pensamientos que solo el ser humano puede producir, aunque posteriormente deban ser verificados y probados por la ciencia, los experimentos y la tecnología.

El 14 de este mes de marzo murió Stephen Hawking, uno de los más grandes científicos de todos los tiempos, su papel teórico y de divulgador científico ha sido reconocido en todo el mundo. Afectado por una esclerosis lateral amiotrófica (ELA) desde los 21 años, dedicó buena parte de su vida al estudio del cosmos y a sus orígenes, analizó la teoría de los agujeros negros y señaló, que de estos salían calor. lo que se ha denominado como la radiación de Hawking.

Sin embargo, todos los estudios y planteamientos de Stephen no le valieron el premio Nobel, porque quienes lo otorgan no valoran la inteligencia humana, sus aportes teóricos y sus consideraciones, si estás no están demostradas experimentalmente.

Igual que con Hawking pasó con Albert Einstein, el más grande científico del siglo pasado, en 1905 publicó su teoría de la relatividad especial, y a pesar de que la mayoría de los científicos entendía como válida esta teoría, no fue hasta 1921 que le fue concedido el premio Nobel.

Molesto no asisto a recibirlo. Lo más extraño es que se le concedió no por lo que significaba para la humanidad el cambio en la manera de concebir la energía, el espacio y el tiempo, su más importante aporte, sino por su descubrimiento del efecto fotoeléctrico que contribuye al desarrollo de la teoría de la física cuántica,

La forma como la sociedad valora la inteligencia humana, no como resultado de una explicación lógica-teórica que podría o no ser corroborada por la práctica y los experimentos, se observa también en el caso de Peter Higgs, que en 1964 adelantó la existencia de una partícula que podía explicar el origen de la materia , pero no fue hasta sino hasta el 2013, 49 años después, cuando fue condecorado con el Nobel, como resultado de los descubrimientos, con experimentos, de la Organización Europea para la Investigación nuclear (CERN).

Otra inteligencia y mente brillante, que la humanidad duró tiempo para reconocer, fue la de John Forbes Nash, matemático y economista, que en 1951 publicó su tesis sobre la teoría del juego y las estrategias mixtas, pero que el premio Nobel le llegó 43 años después, en 1994.

La historia de la vida de Nash, con su esquizofrenia paranoide, fue escrita por Silvia Nazar y llevada al cine por Ron Howard en el año 2001, y ganó los premios Oscar a mejor director, mejor guión adaptado, mejor actriz de reparto y mejor película.

Con la muerte de algunos de estos teóricos científicos, como leí en algún sitio, bajo el coeficiente de la humanidad.

En el momento que se percibe como un peligro los avances de los algorritmos, el almacenamiento masivo de datos, y la utilización de la inteligencia artificial que nos supera en muchas tareas y habilidades, resaltar y valorar la inteligencia humana, aquella que ve más allá de los números y datos, y que aplica el raciocinio, la sensibilidad y la percepción, debe ser una tarea de toda la humanidad.

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