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FUERA DE CÁMARA

Burdo estilo de Trump

No importa quién sea el presidente de un país o gerente de una empresa... Si llega con nuevas ideas y formas de operar encuentra resistencia. No puede haber mejor ejemplo que el de Donald Trump en la actualidad.

Hay presidentes o gestores, como él, que toman posesión de los cargos desprovistos de un plan definido o tienen miedo de implementarlo. Usualmente se decantan por adaptarse a la forma de trabajar del personal, siguen las recomendaciones, se responsabilizan de las decisiones, pero al final no aportan nada.

Unos asumen el puesto teniendo propuestas pero no se atreven a implementarlas en el corto plazo. Se acostumbran primero al estilo de su staff y van introduciendo pequeños cambios que hasta pueden hacer la diferencia en el largo plazo.

Otros llegan con un proyecto de gestión y quieren ejecutarlo inmediatamente. Parecen irrumpir y perturbar el curso de la historia. Causan revuelo, disgustos, renuncias, críticas y terminan siendo satanizados. Es el caso de Trump, quien logró vender que cumpliría con su programa político íntegramente, y mientras más rápido mejor.

Él es el tipo de administrador que se rodea de un equipo para que lo ayude a cumplir con sus objetivos, no para que le digan lo que tiene que hacer. En principio pudo haberse creído que estructuró un gabinete a su imagen y semejanza, pero no fue así.

Tillerson se lo encontró El libre albedrío del ser humano lo lleva a pensar y articular sus propios conceptos sobre los eventos que le afectan. Eso no está del todo mal para el jefe, pero nadie puede fallar. Cuando le someten alguna propuesta tiene que gustarle, de lo contrario comienzan los problemas para el subalterno.

Ese fue el ambiente que vivió el secretario de Estado, Rex Tillerson. Los ministerios de Relaciones Exteriores son instituciones con cierta autonomía y recursos humanos altamente entrenados para laborar orientados a cuidar y mantener la armonía con las demás naciones.

La Secretaría de Estado redactó y asesoró el pacto con Irán, pero Trump había prometido revisarlo o cancelarlo unilateralmente. También, por indicaciones de la inteligencia heredada de Obama, tenía una línea dura con Rusia, pero Trump le gusta a Putin. Igual posición está contemplada para Corea del Norte, pero Trump prometió reunirse con su máxima autoridad Kim Jong.

Parece que la Secretaría de Estado posee su propia política exterior al cual Tillerson terminó plegándose; pero Donald Trump, primer mandatario y encargado de esa actividad por mandato constitucional, tiene otra.

Buscando el voto judío Donald Trump perdió arrolladoramente de Hillary Clinton en el estado de Nueva York. Una muestra es Manhattan donde ella obtuvo 550 mil votos y él apenas 50 mil, un indicio claro de que no goza del favor de los judíos. Sin embargo, es uno de los mejores amigos del Primer Ministro de Israel Benjamín Netanyahu.

Donald Trump, pregonero incansable de sus promesas, venía tirándole pullitas a Tillerson. Una de ellas era que quería que fuera más agresivo. Para más Inri Benjamín Netanyahu visitó la Casa Blanca la semana pasada y reiteró que el convenio con Irán es nocivo para Israel.

Donald Trump, tan empeñado en terminar bien este período de gobierno como en reelegirse, quiere ser adorado por los judíos. Recientemente les pasó un caramelo reconociendo a Jerusalén como la capital eterna de Israel. Ahora sacando a Tillerson del medio abre las expectativas definitivas para revisar o retirarse del acuerdo.

La materialización de cualquiera de las dos alternativas le garantiza la entrada a Sión.

A pesar de que su estrategia puede ser efectiva en el largo plazo, en lo inmediato Trump está dejando una imagen de inestabilidad como ningún otro presidente norteamericano de los últimos tiempos.

Porque siempre se creyó que Tillerson era su punta de lanza en el servicio exterior, lo que demuestra que en ese gobierno nadie tiene la cabeza segura sobre los hombros.

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