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La dignidad de la mujer y el descalabro de nuestra sociedad

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Movimiento Cursillos De CristiandadSanto Domingo

El cristiano no puede ser pasivo ante la violencia contra la mujer, su sensibilidad debe expresarse al tope. Desde el momento mismo de la creación, Dios puso a la mujer y al hombre en condiciones de equidad e igual dignidad para juntos formar y conducir a la familia sobre los cimientos del amor, la paz, el respeto, la tolerancia y ser generadores de esperanza.

En el primer relato de la creación que nos narra el Génesis, así lo consigna: “Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, macho y hembra los creó” (Gn 1, 27).

La violencia en la relación del hombre y la mujer rompe esa armonía y puede llevar al extremo que hoy estamos viendo con gran tristeza y preocupación: mujeres siendo quebradas en su dignidad y no pocas asesinadas por su sola condición. Cada asesinato de una mujer lleva el luto no solo a su familia directa, sino a todo el entramado social que debe admitir un fracaso en las políticas de protección del género más vulnerable.

La relación entre el hombre y la mujer se ha constituido con el paso de los tiempos en una especie de relación de poder, cuando lo mandado por Dios es que sea una relación de respeto, amor y ayuda mutua.

Cada maltrato físico o sicológico dispensado a una de ellas equivale a aplicarlo a una madre, una hija, una hermana o una amiga.

El feminicidio, término que preferimos utilizar en los casos de homicidio por su condición de mujer como forma de hacer visible esta problemática en particular, es consecuencia también de la devaluación del principio de la vida como bien supremo.

Esa violencia se deriva de actitudes sexistas, creencias estereotipadas, relaciones de desigualdad en virtud del género y, fundamentalmente, por quitar a Dios del centro de la relación de las parejas.

También incide el haber relegado en el proceso de crianza de los hijos la educación en valores.

Debemos estar conscientes de que la erradicación de este preocupante flagelo de los feminicidios no es solo responsabilidad de los Gobiernos, sino de las Instituciones, de las Iglesias y de cada uno de nosotros, que, por nuestra condición de hijos de Dios, tenemos la responsabilidad de ponernos al lado de los más vulnerables.

El feminicidio suele ser el desenlace fatal de una larga historia de maltratos observados con indiferencia o irresponsablemente por otros. El Movimiento de Cursillos de Cristiandad de la Arquidiócesis de Santo Domingo invita a orar de manera permanente para que el amor y el respeto al prójimo se apoderen de nuestros corazones y nuestras mentes y así erradicar esa cultura de violencia que vemos en crecimiento.

Pero también no podemos olvidarnos de nuestra obligación a ser parte activa en la solución de ese grave problema, iniciando con un cambio en nosotros de actitudes que puedan ser generadoras o propagadoras de la violencia o discriminación, obrar en contrario imperio sería darle cabida al pecado de omisión.

Cada cristiano, como instrumento divino para la propagación de la cultura de la paz, tiene que permanecer vigilante y contribuir a evitar la violencia contra la mujer y ser un agente multiplicador de las normas que deben regir para la protección y promoción de la mujer. Oremos de manera particular por los niños y niñas que han quedado huérfanos, los cuales necesitan una atención especial por parte del Estado y sus familiares.

Que la erradicación de la violencia contra la mujer sea una prioridad permanente de cada uno de nosotros, clamando al Todopoderoso que ilumine nuestros corazones para el recto obrar.

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