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EL CORRER DE LOS DÍAS

Para domesticar las sombras

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

(...... eran una sola sombra larga) J. Asunción Silva.

La sombra en tiempo de luna nueva es una compañera imprevista, que expulsando sus vivencias las desova en medio del boscaje con el propósito de hacerlas vivir a costa del brillo estelar. Como muerte hecha del rechazo de la luz, no es más que un trozo de brillo que apenas se corresponde con los tantos centelleos universales, contra los cuales combate, puesto que la sombra, extremadamente atrevida, y compuesta por luces negadoras del resplandor, se detiene en cualquier fronda, en cualquier esquina de barrio donde los candiles esconden, por miedo a los asaltos, su personalidad cerúlea.

La sombra, luz al revés, arrevesada, camina extendiéndose sobre mí y desde mí, serpenteante y circular, mientras, plástica como resina oscura, se alarga y desenrolla, carretel que en ciertos momentos representa ciclos. Runas. No sé hacia donde se dirige cuando a veces se esconde en mi corazón arrastrándose, angustiosa, al través del sueño de la medianoche.

Entonces dormido, sonámbulo imperfecto, ella como cocuyo ciego, defectuosa, la detengo debajo de mis pies, la torno pesadilla y puedo caminar sobre ella, cabalgante en la búsqueda hacia el sitio misterioso donde cualquier destello la deshace. Independiente pisa donde yo no he pisado, pero es también almohada de mis huellas, comodín, alfombra ahora impasible, abre su soledad y extiende sus latidos. Congelada en los estribos de la memoria cometo el abuso de pisarla para impedir su movilidad. (Dominarla es mi fuerte, pero es resbaladiza, usa aceites balsámicos con sándalo en su cola, almibarada por frugal frambuesa, disecada a base de pulpa y de melaza.) Trata de resbalar, marca su vida oscura y la detengo.

Al sonar del único tambor de la noche baila con San Miguel costado adentro. Ella, comprometida con mil pasos que son un solo Son, su enredo des- arrastra. Me arriesgo y paso a paso voy marcando mis huellas en su brillante tul cuyo cambio de auroras parece iniciar la protesta.

Mi pensamiento la colorea; sé que podría ser similar a la de Asunción Silva. Es como la de él una sombra larga, inmóvil. Atrapada por mis pasos. No escapa, ni huye, siente bien mis anhelos, la digo “ven serpiente nilótica y mordiente, toma el viajero calcañal de Aquiles, que vuela y que responde al llamado terrible de la historia”.

Resoplando moluscos en la noche, el guaguancó resuena y el merengón solaza los tambores, ministros precursores de alebrijes.

Mis huellas comienzan a sembrar en ella el camino que impune me señala. Los grillos, habitantes perennes de imaginaria música chillona, compañeros de viaje. Ella baila y se aferra sujetando mis dedos, y evitando mi huella.

Una pisada sobre una sombra que se aquieta es el inicio de la ruta, de la domesticación del “no sé dónde” marcado por el “cuándo”.

El sueño no permite alteraciones, fragmentarias partículas de llanto.

“Gesticular” remiendo a la tristeza. De todas las sombras la de Silva me parece la más llorosa, pesada y permanente; por razones inéditas la aprovecho y la hago mía; sé que es el llanto de una pérdida amorosa, pero también de una llegada a la fuente de recuerdos confusos.

¿Hacia dónde van las sombras que adrede pisamos? Andar sobre ellas puede ser una aventura del alma, mientras un ritmo avinagrado sangra sobre la noche el pan coloratura que Belcán necesita. Recorro los caminos llenos de ciguas palmeras de los bosques de Villa Duarte, y evoco la jaula con ruiseñores que mi abuela domesticaba transformándolos en nietecillos hasta hacerlos dueños del silbo que entonaba cantos bíblicos capaces de retratar la violencia de Jehová, el mayor de los protestantes: Señor de los Ejércitos, reordenador de luces y de sombras.

“Firmes y adelante, huestes de la fe”. Aquel himno, marcha de guerra, quedaba en mi espíritu felino como parte de una lucha cristiana que llenaba de júbilo mi adolescencia. Me sentía un guerrero de la inocencia y sin embargo tropezaba con los enemigos, en una Edad Media desatada en las llamas y las incongruencias religiosas,

Ahora me doy cuenta de que pisar la sombra me lleva hacia todos los pasados, incluso a los que pertenecía cuando todavía era un insecto con antenas capaces de descifrar un mundo que ahora resulta extraño.

Todos los insectos, como el de Kafka, tienen una personalidad que desconocemos; para entenderlos hay que haberlos sido; lo mismo pasa con los árboles y las constelaciones, por ello quien no ha sido antes trozo de alguna Andrómeda jamás podrá entender una estrella; recordemos que los indios antillanos hablaban cierto idioma estelar, cuando las luminarias anidaban en las ramas del guayabo , junto a dioses alados y los troncos donde desovaban sus opias tenían el poder de negarse a ser convertidos en ídolos si no simpatizaban con el ánima que los ocuparía.

La sombra sobre la que voy pisando late, desea seguir su camino sobre el cual he puesto toda mi corpulencia. Mi pensamiento también oscuro que atrapado, se revuelve en brillos contrarios a su propia estructura, como si su protesta pudiera ser lumínica. Idealismo de sombras.

Cada paso sobre toda sombra es la entrada al mundo de mis objetos preferidos, pero también al de mis fallos humanos. Entonces mis arrepentimientos llegan como una manera de vencer el mundo negativo de las acciones de ayer. Son parte, parcialidades de consecuencias olvidadas.

Pienso que en una sombra atrapada puede estar la voz del universo, y despierto temeroso. La sombra crece, se libera, porque el fulgor de la luna la ha convertido en una posibilidad remota, tema de duendes azucarados, marcados también por su huella sideral. Al fin y al cabo la sombra es un modelo de la eternidad cuando ha dejado de brillar.

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