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EN PLURAL

El poder, ¿para qué?

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Yvelisse Prats-Ramírez de PérezSanto Domingo

Oí recientemente por televisión a una profesional de las Ciencias Sociales, a quien respeto mucho por sus conocimientos, su fluidez y didáctica forma de comunicarse, y su experiencia como docente e investigadora, afirmar rotundamente que “la política es solo lucha por el poder”.

El ajetreo mañanero antes de salir hacia mi trabajo me impidió escuchar el final de la exposición. Pero quedó en mí una dubitativa inquietud, una desazón, un cuestionamiento.

La política, esa a la que he dedicado tantos años y energías, la que ejerzo aun con expectativas esperanzadas, ¿es solo eso?

No soy politóloga, ni socióloga. He estudiado la ciencia política, o la filosofía política, como también la llaman, al unísono con la práctica, “learning by doing” como recomendaba Dewey, aprender haciendo.

Por eso, repaso a menudo mis libros, mis admirados Sartori, Poulantzas, Duverger, Bobbio. Con Weber, que reconozco que es un icono, a veces me surgen algunas iconoclastas disidencias.

Igual siento ahora ante la definición, que me luce incompleta, de la política.

Acudo a uno de mis mataburros preferidos, el Diccionario de Política Compilado por Norberto Bobbio, de la Editorial Siglo XXI.

Encuentro, obviamente, en las páginas dedicadas a la Política, la relación de esta con el poder, una relación que no cuestiono; es evidente.

Usando las categorías weberianas, el diccionario me refresca tres clases de poder; el ideológico, el económico, y el político, que se basa en el control absoluto de la fuerza.

De inmediato, evoco ejemplos de ese poder político forzudo controlando una sociedad, una nación, o, ambicionando controlar el mundoÖ pero con diferentes propósitos.

Y he ahí la primera razón de cuestionar la política como solo luchar por el poder.

Es una lucha, sí. Pero ¿puede compararse el brutal genocidio en que devino el control político de Hitler y sus secuaces, con el supuesto, o real objetivo de exterminar a los Judíos, con el poder político ejercido por Mandela en Suráfrica, que lo que perseguía era la unidad, la igualdad y la paz en su país?

En República Dominicana, ¿la fuerza política centrada en un gobierno progresista, como el de Espaillat, o Luperón, deseaban lo mismo que los reiterados, pérfidos gobiernos de Báez, Santana, y Trujillo?

Si a la diferencia raigal que supone objetivos distintos en el uso y en la dirección de ese control del poder, se suma la influencia de otra categoría, la ETICA, con sus dos vertientes: la convicción y la de la responsabilidad, apreciamos aún más diáfanamente que a la definición de la respetada profesional le falta palabras, y, quizás, le sobre un fatalismo pesimista.

La ética de convicción, que la de los religiosos, los filósofos, los pedagogos, no es común en la política, es más una moral individual, cada quien responde de sus actos ante su propia conciencias.

La ética de responsabilidad, que es colectiva, sí la tienen, deben tenerla los asociados en un conglomerado con reglas impuestas por el poder político; de convivencia pacífica, de respeto a la justicia, de oportunidades a la igualdad, de derechos y deberes asumidos. Esa ética de responsabilidad cuando alguien la visita, aplica sanciones, que forman parte del control de la fuerza del poder político.

Cuando el objetivo del ejercicio de ese poder se orienta en un sentido virtuoso, digámoslo así, servir en democracia y libertad, por ejemplo, la ética de responsabilidad se prioriza en todas sus acciones. Se aprende en la familia, en la escuela, se aplica en todas las instancias, con más rigurosidad, desde las del gobierno.

Si por el contrario, el poder logrado en la lucha política, tiene como fin concentrar beneficios y privilegios en un partido, un grupo, una casta o una persona, la ética de responsabilidad se ignora, la otra, la de convicción, es acallada o destruida, y la moral social, esa de la que nos habla en Sr. Hostos, se borra, como si fuera sacrílega.

Una ética individual, acomodaticia, fofa, condicionada por un “asigún”, se está abajo, o arriba, proclama con su lenidad que la fuerza del poder que se ejerce tiene un claro objetivo: servidumbre, el establecimiento de una dictadura.

Reitero: soy una ciudadana que decidió, cuando llegó el PRD, hacer política, en el sentido ético de responsabilidad colectiva, y el objetivo de enseñar a los dominicanos a vivir en democracia, compartía este objetivo con Juan Bosch.

Sigo creyendo, quizás porque soy duartiana, que la política es ciencia digna, arte bello, y por supuesto, que persigue el poder, para hacer cambios, buenos, o malos.

Quiero el poder, para hacer lo que quiso don Juan y Peña Gómez, lo que el PRD no pudo, y el PLD no quiso ni quiere: que la soberanía popular, y la ética de responsabilidades, gobierne nuestro país. Para luchar por el poder, se necesitan objetivos. Yo los sigo teniendo.

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