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EL CORRER DE LOS DÍAS

Decisiones de poetas y dioses

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

I de III

Mi padre, quien era lector de todo, fue quien me dijo cierto día que las iglesias cristianas habían borrado de la historia a la primera mujer de Adán, y que el considerado irresponsablemente como “padre de la humanidad” cargaba con las primeras mentiras y las primeras culpas del mundo pre-mosaico. Que Adán era un mal de muchos que todavía creían en él como si hubiese sido un santo.

Estas afirmaciones las hacía en su “calidad” de librepensador, lo que se veía confirmado por su devoción al Nazareno, y sus visitas esporádicas a la de la iglesia del Carmen donde rezaba un “padre nuestro” por el reposo de familiares, amigos y espíritus amables que nos protegían

Muchas veces Panchito, como le llamaban sus familiares y amigos, criticó entre camaradas el silencio de las iglesias y el miedo de sus miembros a decir verdades que se consideraban peligrosas. Decía que aquellos que se protegen de la verdad porque la temen, estaban pecando si la verdad podía ser un arma para vencer el mal. Mi padre era hostosiano, y admiraba profundamente a José Martí, y desde el punto de vista bélico a José de San Martín, quien, según él, le cediera a Bolívar vencer cuando el mismo pareció negarse a que el héroe argentino participara en la última batalla para la liberación de América.

Mi padre era un verdadero contendor en discusiones de moral y de textos. Lector hostosiano, pensador que admiraba los clásicos, sobrio poeta del que aprendí la métrica alejandrina y el endecasílabo heredado de los versos “correctos” de Francisco R. Mejía, (creo que apodado Noelito), versos que yo leía en obras que el poeta, Director de la Biblioteca del Palacio Nacional, publicó frecuentemente y en uno de cuyos libros titulado Matices, editado en Buenos Aires, (donde la poesía dominicana, como la de Cunito del Cabral, nuestro admirado Manuel, poeta nacional, encontró asiento).

Hubo siempre poetas que blandieron la poesía como un arma para la defensa propia, y me imaginaba siempre que el paraguas de don Noelito, era eso, un arma contra el mal tiempo, porque su paso, ya directriz de una corva, era el compañero de una metáfora solitaria en un palacio donde la puerta de su despacho, cundida a veces de mariposas fonéticas, era caoba brillosamente centenaria como si el cumpliera su horario cazando de claridades con decisión castrense con paraguas casi condecorado.

Fue llegado mi adolescencia cuando escuché, en la pequeña galería de la calle Ravelo 57, la propuesta de mi padre al poeta. Mi padre pensaba escribir un poema llamado Lilith, la primera mujer de Adán. Percibí la palabra “peligro”. Quien la habría pronunciado era un vecino aficionado también a la literatura.

Con Lilith enterrada en el alma, me la encontré luego en algunos textos de origen bíblico, supe que había desertado del lecho de Adán y que vivía en una caverna a orillas del Mar Rojo, y que además, Yahveh le había buscado a su siervo otra mujer, la que le sacó de una costilla una tal Eva, mientras que Lilith, la anterior, era de barro), para que sus seguidores tejieran una peligrosa historia plasmada en varios libros sagrados, dando humanismo histórico con un gesto de liberalidad al poder divino.

Poco después otras historias florecieron.

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