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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Novedades en la Iglesia a mediados del siglo XI

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

En la Europa de mediados del siglo XI, crecía por doquier la convicción de que era posible “una renovación profunda y esperanzadora de la vida social y religiosa”. Cinco datos confirmaban esa impresión. Primero, disminuyeron sustancialmente los ataques de los magiares y de los musulmanes. Segundo, había una nueva vida en las ciudades, que prosperaban mediante sus actividades comerciales con la campiña circundante y las ciudades vecinas, dada la creciente seguridad de los caminos. Tercero, mejoraron las condiciones económicas, mejora relacionada con el arado de vertedera y el mejor uso de las bestias de tiro, mediante el collar. Cuatro, los progresos económicos tuvieron como efecto un sensible aumento demográfico y quinto, crecieron las actividades culturales.

Atrás quedaban las décadas oscuras del siglo IX, luego del derrumbe del Imperio de Carlomagno (Ü 814) y los 900, con sus papas y anti papas, pontífices corruptos, asesinatos, deposiciones y elecciones disputadas.

La vida religiosa, los canónigos regulares aspiraban a una renovación espiritual y se fecundaban mutuamente con contactos frecuentes. Hasta los reyes de los países nórdicos peregrinaban a Roma en señal de respeto.

Los reformadores querían una Iglesia libre del comercio con las cosas santas, insistían en un clero célibe y se oponían con uñas y dientes a las injerencias de reyes y príncipes en los nombramientos religiosos. El monacato fue la mata donde se posaron los reformadores, quienes también encontraron apoyo en obispos y papas. En estas páginas, vamos a estudiar las luchas entre el papado y el imperio que duraron dos siglos. Los historiadores las dividen en dos fases, la que va desde los tiempos de Nicolás II hasta el Concordato de Worms en el 1122 y la que va desde el Concordato hasta el 1254, año de la muerte del Emperador Conrado IV.

Los territorios donados por Pipino y Carlo Magno durante los siglos VIII y comienzos del IX, vivían continuamente amenazados por otras ciudades italianas, los intereses del emperador de turno, las intrigas de los bizantinos y las familias italianas, cada una con sus respectivos “compañeritos” eclesiásticos, enfrentados por su pedazo del pastel, casi tan encarnizadamente como las facciones de los partidos de nuestro patio de tantos cocos y tantos cacos.

Una nueva época se abrió para la Iglesia con el papado de Nicolás II (1059 - 1061). Formaba parte del partido reformador bajo el liderazgo del monje Hildebrando. Nicolás II logró establecer una alianza con los Normandos de la Italia meridional, así se fortalecía la posición del Papa, pues dependía menos del Emperador alemán.

En el 1059, aprovechando la minoría de edad del Emperador Enrique IV (1059 - 1075), el papa Nicolás II firmó el 13 de abril de 1059 un decreto, que concedía a los cardenales obispos, con el apoyo de los otros cardenales, la aprobación del clero y del pueblo de Roma, el derecho y el deber de elegir al papa” con una alusión vaga a la aprobación del Emperador. La Iglesia daba un primer paso para sacudir la tutela de los emperadores.

Una palabrita sobre el oficio de “cardenal”. En sus primeros usos, la palabra “cardinal” significaba algo así como “clave, o importante”. Se cree que el término tuvo origen en la carpintería de la época, queriendo significar, un pedazo de madera “bien unido o particularmente vinculado”. Los cardenales eran hombres con una especial vinculación con la Sede de Pedro para ayudarla en bien de todas las iglesias. En tiempo de Nicolás II había 54 cardenales: los 28 párrocos de las iglesias titulares romanas, los 7 obispos de las sedes que rodeaban Roma y los 19 diáconos de la ciudad. El decreto estaba firmado, ¿habría el coraje para mantenerlo con firmeza ante los poderes que habían controlado a obispos y papas durante dos siglos? (Laboa, 2005:169, 174 -175).

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM,

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