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OTEANDO

La quimera del pastor

Un pastor haitiano proclama: “una e indivisible”, al igual que el grito del patriarca haitiano graficado en la ficción de Freddy Prestol Castillo de 1974 titulada “El Masacre se pasa a pie”.

Y su anhelo vuela para mutar en viento, y el viento en eco, eco ensordecedor a fuerza de repetirse en media isla y más allá.

Un pastor proclama “Cuando estamos en Santo Domingo estamos en nuestro país” y su anhelo vuela hacia la otra media isla, y enmudece a algunos e indigna a muchos. Se recrudece por efecto cíclico la haitianidad fundada en la antidominicanidad, como si el tiempo se hubiese congelado en 1844.

El grito reclama una reacción, pero huimos. El grito convoca a la unidad, pero nos desunimos diluimos teorizando sobre racismo, xenofobia y “el trato discriminatorio. Sin embargo, se equivoca señor pastor; confunde usted bondad con torpeza, humanidad con deuda, y en fin, confunde usted amor con sentimiento de culpa. No puede confundir usted nuestras buenas intenciones con sentimientos de culpa, el tenderle la mano amiga a su país en la desgracia con pusilanimidad.

Es verdad que su país padece grandes calamidades que nos apenan y convoca a sus ciudadanos a preocuparse y dar un paso adelante en la búsqueda de soluciones, eso es loable, pero no vaya a errar el camino, elija el sendero correcto. Recoja sus palabras, si es que puede, si lo dejan quienes lo pusieron a hablar, enmiéndelas con un nuevo discurso.

Porque, si de algo debe estar seguro, señor pastor, es de que somos dominicanos por convicción, no por designación, que somos magnánimos, no por temor, sino por amor. Los dominicanos somos tales por identidad, por compromiso mutuo en la defensa y sostenimiento de una cultura particular y un territorio para fomentarla sin lesionar el suyo.

Reivindique sus derechos respecto de su clase dirigente, que ha amasado fortuna sin precedentes a costa de un pueblo hambriento; pásele cuenta a los Duvalier, a Namphy, a Aristide, a Cedras, a sus legisladores, a sus jueces, a sus políticos desacreditados, a sus ciudadanos indiferentes (aptos para hacer, pero adocenados), a las grandes potencias, sobre todo a Francia, que les impuso el pago de una deuda que los sumió en la miseria, hasta cuyo saldo no les reconoció autonomía sincera.

Haga, señor pastor, con su causa, un saco y métase si quiere, pero con nosotros solo cuente como hermanos -le conviene más- porque como enemigos no somos muy buenos.

Cuente con nosotros para reclamarle a los grandes, para contribuir con su desarrollo sin mermar nuestra identidad de pueblo; para eso siempre estaremos aquí. En fin, señor pastor, cuente para todo con nosotros, excepto para asustarnos, váyase con su discurso al abismo tártaro, porque aquí no resuena y somos tan, pero tan aguerridos, que nos sabemos defender y defenderemos hasta con nuestros dientes.

El autor es abogado y politólogo

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