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FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO

El pobre Herodes

Había ya despuntado el rubicundo Apolo, diría Don Quijote, y, desperezándose en forma real, Herodes batió la palma e hizo que, en andas, lo sacaran del cubículo y lo condujeran a la piscina para el baño acostumbrado.

No era su día. Su mal humor contaminaba el aire de la fresca mañana. Los mozos lo percibían a distancia y comentaban a la oreja de la servidumbre lo que ya todos repetían: “El hombre está que arde”.

Lo demás ya se sabe: relax en aguas templadas, adulones reales lo secan y perfuman; vestidos de última moda de las tiendas de Arabia y hasta una corbata al estilo Charvet, hilada en talleres de Europa central, escogida escrupulosamente para confundir al enemigo.

Siguió luego un desayuno opíparo con sus funcionarios reales, para pasar reseña de las últimas noticias, recogidas y consolidadas por los más aguzados periodistas de investigación de la época, que pagaban potentes redes informativas al servicio de la Corte.

Y pasaban una a una las informaciones más distantes y distintas, sin reacción aparente del cínico receptor de tan acucioso trabajo periodístico.

Al fin llegó la noticia esperada, reservada a propósito para el momento del cierre del acto. Era fácil percibir la airada ansiedad de Herodes por escucharla, con el sable del poder preparado. Prestos ya para bajar el telón que concluía la obra, no tuvieron más remedio que tocar el clarín y dispararla.

- ¿¡Cómoooooo!!? Repitió una y más veces, alternando con el coro litánico del eco en tono estridente, que superaba los decibeles permitidos en ese entonces.

- No, no puede ser, nooooo. La reacción no se hizo esperar: “Considerando que los Magos de Oriente me han traicionado, al no haberme avisado quién es y dónde está el rey que quiere hacerme competencia, DECRETO que todos los niños menores de dos años sean pasados por el filo de la espada. Yo, Herodes.”

Y la matanza no se hizo esperar. Las lágrimas y llantos de las madres se oyeron por doquier. Así Herodes se convirtió en el infanticida número uno de la historia, jamás buscado por la Interpol.

El vil tirano no asestó su crueldad contra las criaturitas refugiadas en el seno de sus madres y lograron salvarse de ese vil exterminio; razón para someter a revisión su título de exterminador número uno.

Señores: no saquen conclusiones, que no sea la del respeto de la vida. No hay necesidad de incriminar a quienes con saco y corbata creen hoy tener el poder en sus manos para eliminarla. A éstos tampoco la Interpol los buscará.

También éstos son parte de las largas listas de pobres Herodes, que tronchan, como autores materiales o intelectuales, la vida de niños inocentes.

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