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FE Y ACONTECER

“Yo soy la voz que grita en el desierto”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

Tercer Domingo de Adviento 17 de diciembre de 2017 - Ciclo B

a) Del libro del profeta Isaías 61,1-2a.10-11.

Este texto pertenece al tercer Isaías (siglo VI A.C.) cuya intervención tiene lugar en el contexto del postexilio, Jerusalén está en ruinas y necesita ser reconstruida. En ella se distingue la presentación del profeta en su misión de anunciar la liberación de Dios y consolar al pueblo: “El Espíritu del Señor está sobre mí... Me ha enviado para dar la buena nueva a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad”. Los pobres, los afligidos, los cautivos reciben una noticia del mensajero de la paz, una buena noticia para todos los que sufren. La figura misma del mensajero, lleno de la fuerza de Dios, llama a redención y liberación.

El tema central de esta hermosa lectura es la alegría de la liberación, al ser proclamado el Año de Gracia del Señor, semejante a la del Año Jubilar (cada cincuenta años, Levítico 25, 10) o Sabático (cada siete años, Dt. 15, 1-11), en los que se daba la libertad a los esclavos y prisioneros, se devolvía la propiedad de las tierras y se cancelaban las deudas. Nosotros sabemos por el evangelio de San Lucas que esta profecía mesiánica tuvo pleno cumplimiento en Jesús de Nazaret, el Cristo - el Ungido - el Mesías, pues Él mismo, Jesús, se auto aplicó literalmente este pasaje de Isaías en la sinagoga de Nazaret al comienzo de su ministerio profético: “Esta lectura que acaban de oír se ha cumplido hoy” (Cfr. Lc 4, 21).

b) De la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses 5, 16-24.

Saber que “aguardamos la alegre esperanza: la aparición gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2, 13), es motivo de optimismo esperanzado para cada uno y para la comunidad humana y cristiana en que vivimos, por eso San Pablo nos recomienda: “Hermanos, estad siempre alegres”. El testimonio de la alegría cristiana es necesario, hoy más que nunca. Lo único que puede vencer la insatisfacción profunda del hombre moderno es un testimonio personal y comunitario de alegría y esperanza oxigenantes, fundado en Cristo Liberador, vivo y presente entre los hombres que sufren.

c) Del Evangelio de San Juan 1, 6-8.19-28.

Este Tercer Domingo de Adviento o Domingo de la Alegría (Gaudete), coincide con el segundo período del Adviento, orientado más directamente a la preparación de la Navidad (novena de Navidad). Se nos invita a vivir con más alegría, porque estamos cerca del cumplimiento de lo que Dios había prometido. La figura central en los tres ciclos litúrgicos es el Gran Profeta del desierto, Juan el Bautista, a quien Jesús definió como el “mayor profeta nacido de mujer”. Los jefes religiosos del pueblo intrigados por la personalidad de Juan Bautista (el profeta popular está bautizando gente a orillas del Jordán), le enviaron desde Jerusalén algunos emisarios para conocer su identidad y al preguntarle, ¿tú quién eres? el Bautista confiesa sin reservas que él no es el Mesías, ni Elías, que según la creencia de los judíos debía preceder al mismo Mesías, ni el Profeta, y presenta su propio testimonio autodefiniéndose como “la voz que clama en el desierto...”.

Reivindica para sí la misión de precursor del Mesías y justifica su bautismo de agua, como purificación del pueblo, que aguarda la venida del Mesías y como anticipo del bautismo en el Espíritu que impartirá el Ungido. Ante su respuesta, los emisarios insisten, entonces “¿por qué bautizas si tú no eres el Mesías, ni Elías ni el Profeta?”. Esta objeción era lógica pues la tradición judía atribuía a los precursores mesiánicos la función de administrar el bautismo de purificación al pueblo, previo a la aparición del Mesías.

Después de aclarar Juan que su bautismo es sólo de agua, testimonia abiertamente a Jesús como el Mesías que había de venir y que era muy superior a él. Más aún, el Mesías ya está en medio del pueblo, pero los judíos no se han dado cuenta, “en medio de ustedes hay uno que no conocen”, convirtiendo en acusados a los emisarios porque no reconocen al Mesías entre ellos, acusación que encontramos también en el prólogo del Evangelio de San Juan: “La Palabra vino a los suyos y éstos no la recibieron” (Jn 1, 11).

El Bautista, junto con Isaías y María, es figura eminente del Adviento. Juan fue el último de los “hijos regalos de Dios” a matrimonios estériles o de edad avanzada, como Zacarías e Isabel. Su nacimiento providencial revela la misión especial que el Señor le había señalado, como a Samuel y a otros profetas del Antiguo Testamento.

Del pasaje evangélico de hoy se desprenden tres rasgos característicos que subliman la persona de Juan Bautista. Sinceridad y lealtad profundas: “Confesó sin reservas”. Su rectitud y amor a la verdad le costó la vida al recriminar a Herodes Antipas su conducta inmoral. Humildad y sensatez que no sucumben a la vanidad de darse importancia ni embriagarse con el aplauso de la gente. Él sabe que su persona y función profética están en segundo lugar y en función de otro superior a él. Y su testimonio profético, repetido varias veces, al servicio de la misión que se le había encomendado. Él es tan sólo Voz que anuncia al Mesías y prepara los caminos del corazón humano para discernir los signos de los tiempos mesiánicos.

El gozo que proclama este tercer domingo de Adviento no es la alegría superficial y mundana de la gente que no ha descubierto el sentido profundo de la Navidad, sino que este gozo radica en el hecho de saber que Cristo está ya en medio de nosotros, si bien quizás no lo conozcamos suficientemente. Aunque las lecturas bíblicas de este tiempo litúrgico incluyen numerosos pasajes del Antiguo Testamento, el Adviento cristiano que nosotros vivimos es parte de la realización de la promesa y no de la esperanza precristiana. No hay Adviento cristiano sin Cristo ya presente. Ese es el motivo de alegría que nos marcan las lecturas de hoy.

Quizás los hombres del tiempo del Bautista no eran más felices que nosotros. Pero felizmente Cristo viene a “vendar los corazones desgarrados”. Jesús es el don del Espíritu, el carisma de la alegría en este Adviento a breve distancia de la Navidad. La mejor disposición para ser testigo de esperanza y fraternidad es vivirlas personalmente por la fe: creer en Dios y creer en el hombre, amar a los hermanos y servir a los más débiles y desamparados.

Fuente: Luis Alonso Schˆkel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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