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EN LONTANANZA

Un retrato de Pedro Santana

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Henry Mejía OviedoSanto Domingo

Con la reciente publicación por parte del Archivo General de la Nación de la obra “Rufinito”, de Federico García Godoy, se brinda al lector la posibilidad de calar en la enigmática personalidad de Pedro Santana, uno de los más polémicos personajes de nuestra historia.

Pertenece a García Godoy el mérito de habernos presentado a Santana a través de un prisma psico-social, sin descuidar ni la agudeza del observador de caracteres humanos, ni el condicionamiento social de las actitudes de los observados.

Santana no fue, por supuesto, una personalidad ajena a su tiempo, ni tampoco una marioneta del destino. Sus motivaciones estaban condicionadas por su propio devenir, expresaban las limitaciones, ambiciones, sueños y fortalezas de un tipo humano forjado en el duro batallar cotidiano con el medio hostil; en la violencia y la imposición sobre peones y subordinados, también fogueados en esas mismas pruebas; en el bregar por la subsistencia y la prosperidad, viniendo de abajo, y sobre todo, en la lucha contra las constantes incursiones haitianas.

En ese sentido, un hombre como Santana nos recuerda a Boves, el líder de los llaneros realistas de la novela “Boves, el urogallo”, del venezolano Francisco Herrera Luque, uno de los más eficaces y despiadados enemigos de los libertadores y de Bolívar, y también a Facundo Quiroga, descrito por Domingo Faustino Sarmiento, en todos los casos, jefes violentos, de mano dura, capaces de los mayores crímenes, exitosos militares, tiránicos gobernantes, proformas, en fin, del caudillo latinoamericano.

“De mayoral o dueño de un hato, se ha encontrado de improviso, sin transición, elevado en el pavés revolucionario hasta la cúspide del poder supremo- comenta García Godoy- y desde ella, naturalmente, ha pensado que conducir hombres es lo mismo, o poco menos, que ordenar ganados, que a semejanza de estos, que hay que llevar periódicamente al pasto y al abrevadero, también deben disciplinarse los hombres acostumbrándolos a inclinarse bajo el látigo del capataz y a limitarse a obedecer sin discusión lo que se dispone de arriba, a fin de que ninguna nota desacorde, de cansancio o rebeldía, venga a turbar la monótona y necesaria uniformidad de su existencia cotidiana.” Ya en el poder, Santana aplicará sin piedad sus ideas rudimentarias de lo que es el mando, y el buen gobernante. En su opinión, precisa García Godoy, “Ö el escrupuloso respeto a la ley de parte de un gobernante es signo de evidente debilidad; que hay que pegar fuerte para mandar bien, y que toda la ciencia del buen gobierno se reduce a seguir, al pie de la letra, los procedimientos coercitivos, brutales en extremo, que sirvieron de norma a muchos caudillos para afianzarse en el poder”. En esta misma creencia, acompañarán a Santana en la historia dominicana, personajes siniestros como Ulises Heureaux y Trujillo. No debe sorprendernos que semejante personaje haya tomado el poder mediante un golpe de mano reaccionario, desplazado a los partidarios de Duarte, fusilado patriotas, gobernado sobre machetes, sables y bayonetas, suprimido derechos, enterrado los sueños democráticos de una generación, y para culminar, abolido la república y anexado su patria a la ya decrépita monarquía española.

Así lo demuestra el retrato de Santana que nos entrega García Godoy.

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