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EN LONTANANZA

Balaguer y la Academia de la Lengua

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Henry Mejía OviedoSanto Domingo

Como todo régimen totalitario, la dictadura de Trujillo fue un ejemplo de cómo reducir hasta niveles casi inexistentes las iniciativas de la sociedad civil, ampliando el espacio público controlable hasta invadir todo el ámbito privado de los ciudadanos.

La manía por las disposiciones reglamentarias y las normas constituye uno de los rasgos más visibles de la prolongada tiranía trujillista: cada acto de la vida de las personas, los profesionales, los funcionarios, los trabajadores, debía regirse por códigos de conductas, reglamentos y normativas, a veces risibles. La manera de divertirse, qué y cuándo bailar en una fiesta, cómo expresarse ante las demás personas, las modas y hasta los días festivos y conmemorativos quedaron férreamente establecidos. Nadie podía generar iniciativas, cuando de lo que se trataba era de obedecer ciegamente. A esa asfixiante realidad del trujillato no escaparon las instituciones culturales y académicas, permitidas solo para loar y adular al tirano insaciable de honores, condecoraciones, bellos adjetivos y prebendas. Un ejemplo de ello fue la Academia Dominicana de la Lengua, la cual, como la totalidad de las instituciones de su tipo, recibía subsidios de la Presidencia para poder publicar su revista y llevar a cabo sus actividades. Lo que, a primera vista parecía un loable mecenazgo gubernamental, era una eficaz herramienta de cooptación y control.

Cualquier iniciativa, por sencilla que fuese, debía canalizarse hasta llegar al escritorio del Jefe y regresar con su santificación o condena.

Cumpliendo esta sacrosanta norma, el 30 de mayo de 1955, el entonces subsecretario de Estado de educación y Bellas Artes, Joaquín Balaguer, enviaba una carta a Trujillo en la que le comunicaba que “Ö la Academia Dominicana de la Lengua, se ha dirigido a esta Secretaría de Estado para solicitarle que recabe la venia del insigne Benefactor de la Patria Nueva para que esa ilustre institución cultural pueda designarlo Miembro de Número, lo que constituirá un altísimo honor para ese centro, que ha sido creado gracias a la protección y los auspicios del gran estadistaÖ La credencial correspondiente sería expedida por la Real Academia Española de la LenguaÖ”

Poco importaba la bastedad de la prosa de Trujillo y su elemental dominio de la lengua natal. Tampoco su proverbial incultura, apenas disimulada por los discursos y declaraciones que le preparaban los corifeos intelectuales de su régimen, entre ellos, y de manera destacada, el propio Balaguer. Siendo este último un sólido intelectual, debió esbozar, por lo bajo, una sonrisa irónica al tramitar semejante solicitud.

La respuesta no se hizo esperar. Apenas tres días después Balaguer recibía una escueta misiva en la que el mayor general Rafael E. Espaillat, ayudante personal del Generalísimo, le comunicaba que “Ö el ilustre Benefactor y Padre de la Patria Nueva concede su venia para que la Academia Dominicana de la Lengua, correspondiente de la Española, pueda designarlo miembro de número e incorporarlo así al cuadro de miembros regulares de dicha institución cultural” Se cerraba el círculo. Con su proverbial “modestia”, Trujillo autorizaba se le concediese un inmerecido homenaje, y es de imaginar que los académicos franquistas de la Lengua quedaban encantados con la propuesta, aunque no pudiesen reprimir, por lo bajo, la misma sonrisa burlona de Balaguer.

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