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EL BULEVAR DE LA VIDA

Cronicanto de viernes a la casa de citas

“SIN POEMAS DE BUESA Y SIN LLIBRE” .– Por jóvenes no lo saben y es nuestro deber contárselo.

Mil años hace, en los barrios populares de nuestros pueblos existía la casa de citas. Justo y cristiano es narrar aquí su historia, ahora que cualquier colmadón, bar de gente “bien”, “resort” u hotel de lujo, es mucho más que un prostíbulo, pero con aspiración fallida de templo bendito de meditación horizontal, santo fornicio, o sea.

Perdido ya el sentir y el romanticismo que la postmodernidad nos ha robado, en las relaciones “sentimentales” de ahora -según me cuentan- no existe ya ilusión ni boleros, pues todo ha devenido en simple intercambio comercial sin poemas de Buesa ni Llibre, con patrocinio de yipeta, eso sí, con apartamento, maestría, Cartier o Ferragamo, pero aquella pasión por la “Nancy”, ay, de cada quien, ya no existe, a ella no se le canta ya la página bolero del maestro Brens, en el B-17 de la vellonera de algún bar: “Quién pudiera a ti salvarte/ avecilla trashumante/ peregrina sin amor.” Ya nadie salva a la “Cabaretera, mi novia arrabalera” de Bobby Capó, ni con Anthony Ríos pregunta: “por qué te entregas, si no sientes el amor”, ni con Milanés recuerda: “Todavía quedan restos de humedad...”.

“EN LAS MIELES DE SU VIENTRE, AMÉN”. Antes, la señora dama de la casa de citas era, además, la “personal training” de los adolescentes que acudían a ella para encontrar alivio a los arranques de testosterona de una hombría en formación, y para hallar saberes sobre los insondables misterios del amor, una especie de “coaching” para el buen fornicio. Pero la dama era también y, -sobre todo- el paño de lágrimas del hombre que, -casado con damisela de “buena familia”, para formar la suya con “buen apellido”, sacrificaba el corazón, “el gusto que rastrilla”, “la pasión suapeadora” a la que se refiere la sexóloga Gil Iturbide, y salía a buscarlo en otra piel, “en las mieles de tu vientre, amén”, quiero decir.

Así, con el paso del tiempo y las visitas, Madame Ivonne, Nancy o Margot, dejaban de ser meretrices de desconsuelo para convertirse en terapeutas amorosas y sexuales, en amigas de horizontalidades y confesiones, en confidentes del señor y sus contradicciones existenciales. Esto es lo que explica que, de esas relaciones ilegales e indocumentadas, a veces nacieran contrariados amores, enfrentados a las normas, al club social y sus simulaciones, y hasta a la santa iglesia y su hipocresía porque el cura tenía también sus pasiones, sus horizontales cavilaciones, la Madame Ivonne de sus secretos.

HOMENAJE A “ESA”. - Fue en una casa de citas donde nació la frase tan machista como pensada: “Detrás de todo gran hombre hay una gran mujer, y después la esposa.” O sea, que después de la doña estaba “esa”, “la otra”, a quien Quintero, León y Quiroga inmortalizaron en la copla de La Piquer que luego cantara la Pantoja: “La que no tiene nombre, la que a nadie le interesa, la perdición de los hombres. Yo soy esa.” Hoy, cuando el país a veces parece un gran prostíbulo de impunidades, con mucho fornicio sí, pero sin versos, sin boleros malditos ni ilusión (vencido ya el ser en sus esencias), cronicanta uno en homenaje y público reconocimiento a esa “Casa de Citas” que fue benditamente “culpable” de amores más sinceros y sentidos que muchos de Tedeum, página social y otras mentiras.

Claro que estoy hablando de los amores por “Esa”, la dueña de un corazón tan cinco estrellas “que hasta el hijo de un dios/ una vez que la vio/ se fue con ella/ y nunca le cobró, La Magdalena.” Según Sor Joaquín Cardenal Sabina, of course.

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