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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Carlomagno y León III

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

La prisa en elegir el sucesor del papa Adriano I revela los miedos del candidato más probable, León III en el 795. Laboa lo describió como “calculador, astuto, de espíritu fuerte”. La elección fue “rápida y unánime” (2012, 121). León III conocía a los familiares y deudos de Adriano I y temía la injerencia de la aristocracia laica romana, la que a su vez recelaba de perder sus ventajas y puestos.

Espontáneamente León III envió a la corte de Carlomagno las llaves de San Pedro y el estandarte de la ciudad. Carlomagno le respondió como si fuera su capellán, aconsejándole fidelidad a su deber, mantener la disciplina eclesiástica, combatir la simonía (hacer negocio con las cosas santas) y mantener buenas relaciones con la corte franca, preservando sus derechos como patricio de Roma. De un lado, León III establecía un peligroso precedente, por otro, Carlomagno mostraba que al igual que Constantino se sentía responsable de la buena marcha de la Iglesia.

El 25 de abril del 799, marchando una procesión, León III fue atacado por una turba dirigida de enemigos personales y familiares de Adriano, Intentaron de sacarle los ojos para separarle del papado. Se salvó, porque le dejaron por muerto. A la corte de Carlomagno llegaron las acusaciones de ambos bandos y eventualmente, el papa León III. Allá sostuvo largas conversaciones con Carlomagno.

Carlomagno pretendió juzgar al papa, pero su consejero Alcuino le recordó que “nadie podía juzgar al Vicario de Cristo en la Tierra”. La máxima invocada aparecía en las llamadas “Falsificaciones Symmaquianas” que datan del 500, y pretendían recoger una máxima del 300. El papa Gelasio la había empleado, “Prima sedes a nemine iudicatur” por los años 493 y 495, en el contexto del cisma del Patriarca Acacio de Constantinopla. Schatz sostiene que, la máxima no llega a ser elemento constitutivo de la tradición jurídica romana antes del siglo IX, y probablemente bajo el influjo franco (Klaus Schatz, 1996, El Primado del Papa. Su historia desde los orígenes hasta nuestros días, 114).

Lo que sí tuvo que hacer León III fue defenderse mediante un solemne juramento público ante un grupo de obispos, fieles y el mismo Carlomagno, respondiendo libremente a muchas acusaciones en su contra. El papa había sido humillado. Carlomagno era quien garantizaba el buen funcionamiento de todas las iglesias.

En la misa de Navidad del 800, cuando Carlomagno se levantaba luego de orar en la tumba de San Pedro, León III le coronó. El pueblo le aclamó: “<> El Papa se prosternó ante él y según el ceremonial bizantino, le adoró, es decir, le besó en la boca. Desde ese momento Carlos era el augusto, el Imperator”. (Gaston Castella, 1970, Historia de los Papas, Tomo I, 10). Kelly califica el homenaje de León III a Carlomagno, “como el primero y el último que un papa otorgaría a un emperador de Occidente”. Los cronistas de la época presentan el homenaje como algo sorprendente, pero todo indica que fue preparado (John Norman Davidson Kelly, The Oxford Dictionary of Popes, 1986, 98).

Desde entonces, Carlomagno consideró su derecho el confirmar la elección papal. El Papa le declaró servidor de la Iglesia romana, términos que nunca admitió Carlomagno. La legitimidad del derecho de sucesión al trono quedó en manos del Papa, el cual tenía que coronar al candidato. Por su parte, el Papa elegido debía prestar, antes de su consagración, juramento de fidelidad al emperador. A su vez, el Papa tenía el derecho de coronar al emperador, con la posibilidad de emitir juicio sobre aquél que iba a ser coronado. Carlomagno mezcló la esfera eclesial con la esfera secular y política. La decadencia de la autoridad imperial sin duda afectará al papado.

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do

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