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OTEANDO

¡Qué difícil es ser presidente!

Qué difícil es ser presidente en un país como el nuestro donde, al final, después que alguien mata, roba, infringe la ley en cualquiera de las vertientes del delito, la jauría inquisidora te persigue y te acusa de ser la causa final y eficiente de todo lo que sale mal.

La conducta humana, y más particularmente el delito, tiene infinidad de factores que la definen; se han señalado causas de índoles social, económica, psicológica y hasta neurológica como determinantes de las conductas jurídicamente punibles. El delito está en la esencia misma del ser humano, es una de sus opciones conductuales; unos la reprimen adecuadamente -merced a inmensidad de factores que les han favorecido- y otros ceden a la ambición, a las pasiones, al primer llamado sin ninguna suerte de frenos.

La naturaleza humana no es dueña de la perfección; un gobierno, un presidente, tienen una línea general de conducta trazada, a veces con apego a las buenas prácticas, a veces no; se dan todo tipo de casos. En el caso particular del gobierno de Danilo Medina, nadie, pero absolutamente nadie, tiene razones para decir que sea un gobierno que apañe la corrupción y las malas prácticas.

La corrupción -que algunos solo admiten como un mal estructural cuando les conviene- ha sido denunciada y perseguida por el gobierno de Danilo Medina con más determinación que todos los gobiernos que ha tenido el país. Este gobierno y su presidente -sus enemigos lo saben, aunque se empecinen en ocultarlo- ha sido capaz de separar del tren administrativo a personas de su más absoluta cercanía, poniéndolas a disposición de la justicia para que, en juicio correcto, determine su culpabilidad y les imponga la sanción correspondiente. Pero resulta que un país honesto no se construye de la noche a la mañana ni esa empresa puede ser obra de una sola persona o de uno solo de los poderes del Estado. Un país, para funcionar honestamente, precisa del concurso de todos, del Poder Ejecutivo, del Poder Judicial, del Poder Legislativo y de todos y cada uno de sus habitantes, incluidos los que, en vez de aportar soluciones, siembran cizañas para, como verdaderos masoquistas sociales, regodearse en el mal general. Asombra la bajeza con que se trata el accionar responsable de un gobierno que le sale al paso a todo acto que riña con la ley, apartando de su entorno a los sospechados de dichos actos y poniéndolos a disposición de la justicia. Tal es la certeza que se tiene de que así obrará el gobierno, que sus taimados enemigos empiezan a usar la acción que vendrá como un acto irresponsable de aquél, queriendo fijar en la mente de los dominicanos la idea de que el gobierno paga con eso y se desentiende. ¡Necios! Todos saben que eso es lo que le toca y debe hacer un gobierno responsable: apartar el funcionario del tren administrativo, ponerlo a disposición de la justicia y dar seguimiento al caso a través del órgano persecutor del delito que lo es el Ministerio Público. Lo que sucede de ahí en adelante es cuestión del Poder Judicial, y de ustedes, que, en vez de hacer control social de las decisiones judiciales, hasta se lucran con sus mentiras, echando la culpa a un gobierno cuyo desempeño les amarga, primero, porque actúa correctamente, y segundo, porque mantiene invariable la estima de su pueblo, deducida de su accionar apegado a lo ético.

El autor es abogado y politólogo

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