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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Temas y figuras del siglo VII

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Pocas décadas después de la muerte de Gregorio, el Grande († 604) surgía en Bizancio una nueva herejía respecto de Jesucristo. El emperador bizantino Heraclio, queriendo congraciarse con los que sostenían que en Cristo solo había una sola naturaleza, la divina (los monofisitas), en su obra Ectesis, propuso que en Cristo había una sola voluntad, la herejía monoteleta.

El patriarca de Constantinopla, Sergio, escribió al papa Honorio (625 – 638) enalteciendo las bondades de esta nueva teología. La respuesta del papa Honorio contenía la expresión herética: “Es por lo que nosotros confesamos una sola voluntad de Nuestro Señor Jesucristo”, pero “dicen los teólogos que lo que él [Honorio] realmente rechazaba fue, de forma poco menos que inequívoca, una voluntad humana de Jesús que pudiera contradecir la divina” (Laboa, 2005: 95). Honorio no usó la fórmula para definir la fe de la Igle sia. En realidad, nos dice Schatz, “no se puede afirmar en serio que Honorio haya sostenido un monotelismo herético. Más bien, no supo entrever la cuestión teológica de fondo, ni estuvo a la altura de la reflexión de los griegos; sencillamente, y con un biblicismo un tanto ingenuo, pensaba que recurriendo al simple uso del lenguaje de la Escritura se podían minimizar las oposiciones y acallarlas pastoralmente” (1996: 89). El papa Honorio criticó a la Iglesia española por su tolerancia de los judíos conversos y los que se hacían pasar por cristianos (los criptojudíos). Llegó a llamar a los obispos españoles, “perros sin fuerza para ladrar”.

El obispo san Braulio le respondió que no aceptaba su regaño, ni su manera y mandó al Papa a informarse mejor. En el 632 falleció Mahoma. Ni papas ni obispos occidentales se enteraron de la noticia. Veremos cómo Mahoma dejó tras de sí una religión que sigue siendo un desafío para la Iglesia y la humanidad.

Fue también en el siglo VII, en que los sajones de Inglaterra adoptaron la liturgia romana en el sínodo de Whitby del 664. Hacia mediados de siglo, fue consagrado Papa, Martín I (649 – 655). No pidió el acostumbrado “placet” al emperador bizantino y convocó un Sínodo en Letrán en el que condenó el monotelismo de la Ectesis y de una nueva obra, ahora del Emperador Constante II, llamada Typos de fe. En Italia, Constante tenía su representante en Rávena.

Éste no tardó en intentar asesinar al Papa mientras celebraba misa en Santa María la Mayor. Más tarde consiguió secuestrarlo y mandarlo a Constantinopla, donde fue juzgado por alta traición y maltratado por negarse a fi rmar el Typos. Después del juicio fue arrastrado por las calles de la ciudad, casi desnudo y encadenado. Al poco tiempo, murió de hambre en Crimea, abandonado por todos, incluso por su clero, queja registrada en sus cartas. Roma le veneró como mártir desde el primer momento. San Martín I, Papa y mártir es recordado el 12 de noviembre en Occidente.

El teólogo que más infl uyó sobre Martín I, fue San Máximo, llamado el confesor. Fue desterrado a Tracia en el 655 por alta traición. Constante II nunca logró que Máximo desistiera de defender la posición de las dos voluntades en Jesús. Hizo que los juzgaran de nuevo en 662, le condenaron a perder la lengua y la mano con la que se negaba a fi rmar el edicto imperial. El Concilio ecuménico III de Constantinopla (680 – 681) puso fi n a la herejía monoteleta (una sola voluntad en Cristo). Bizancio ya no tenía que preocuparse de la unidad con los monofi sitas de Egipto y Siria, destrozados por el Islam desde el 640. El Emperador, Constantino IV convocó el concilio de acuerdo con el papa San Agatón (678-681), porque los pueblos ávaros y árabes lo amenazaban. Necesitaba el apoyo de Occidente. El Concilio rehabilitó a San Máximo, el Confesor.

El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.do

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