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Los temblores de México

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Joan Bosch I PlanasSanto Domingo

Como si no fuera suficiente con los ciclones, huracanes y tempestades tropicales de diversa magnitud que pasan de refilón por el extenso territorio mexicano, eso sí, sin poder evitar tocar otros territorios mucho más vulnerables aún, islas de las Antillas y del Caribe con poblaciones con débiles infraestructuras para unas sociedades frágilmente desarrolladas, las cuales no pueden hacer otra cosa que alejarse y huir por no poder plantarles cara ni resistirse a la fuerza destructiva de estos fenómenos meteorológicos que, al mismo tiempo, terremotos producidos por los movimientos de las placas tectónicas del subsuelo, vuelven a remover y a resquebrajar una vez más todo aquello que encuentran en la superficie de los más pobres rincones mexicanos.

Es bien cierto que las famosas placas no pueden estar nunca quietas y que si alguna se mueve las otras han de recolocarse acomodándose nuevamente hasta la estabilidad y, mientras eso ocurre, las réplicas posteriores al terremoto inicial continúan siendo tanto o más demoledoras puesto que pueden llegar, como en esta última ocasión, a tener una fuerza de hasta 7,1 grados, al menos hasta el momento de escribir este artículo. También es cierto que todo el país, por el lado del Pacífico y desde territorio costero de los EEUU hasta casi toda la América del Sur, las placas mantienen en riesgo constante a todo el sector, más sensible aún por la parte del istmo de Tehuantepec, la parte más estrecha al sur del país donde confluyen cinco de estas placas. En este sentido se puede comprobar que de los muchos seísmos importantes que ha tenido que soportar México, al menos desde que indígenas ya ancianos les contaron a los conquistadores castellanos los que recordaban, los estados de Chiapas, Veracruz, Tabasco y la querida Oaxaca -discúlpenme la ligereza-, han tenido que sufrir los efectos más destructivos en más ocasiones por estar ubicados en esta parte de territorio azteca, tal como ha ocurrido también esta vez. Y como que el desmembramiento de estas rígidas placas tectónicas no entienden de líneas políticas, también han recibido los efectos de sus convulsiones los pueblos fronterizos de Guatemala, si nos fijamos en el sur, y los estados mexicanos de más al norte, como Puebla, Guerrero o Morelos y la misma capital Federal donde ha hecho oscilar nuevamente el monumento a la Independencia, una columna de 45 metros de alto coronada por un ángel alado, símbolo de la ciudad, el cual ya se desprendió en el terremoto de 1957 de 7,9 grados.

Después del primer centenar de víctimas en más de cuarenta municipios afectados, la mayoría en el estado de Oaxaca, hemos de sumarle las más de doscientas veinte habidas pocos días después, otra sacudida recibida en la capital y en los estados adyacentes, donde otra gente que perdió todo menos la vida no puede perder ahora la positividad y que estos nuevos episodios catastróficos naturales generen en el país nuevas políticas para una construcción antisísmica actualizada perfeccionándola con nuevos materiales porqué, entre otras razones tal como han vaticinado los sismólogos, el mayor terremoto está aún por llegar.

El autor es investigador y escritor

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