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Ejercicio diplomático y comunicación

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MANUEL MORALES LAMASanto Domingo

En la actualidad son muchos y diversos los elementos que merecen ser analizados respecto al profundo cambio en la forma con que los Estados están enfrentando los nuevos desafíos globales. Este ha sido “un persistente proceso en que la diplomacia se ha “depurado, institucionalizado y profesionalizado”.

En tal contexto, los vínculos formales entre los Estados, conforme a los requerimientos contemporáneos, han ido adquiriendo una relevancia sin precedentes. En función de esto, a los asuntos económicos y comerciales, y a la cooperación, e igualmente, a la seguridad y defensa, se les concede una importancia de primer orden.

Procede precisar que una de las relevantes virtudes que ha caracterizado a la diplomacia, ha sido, y sigue siendo hoy, la extraordinaria capacidad de poder adaptarse eficazmente a las necesidades de cada época, lo que ha permitido su efectiva adecuación a los “nuevos tiempos” y la consecuente continuidad de sus métodos, facilitando que la diplomacia contribuya significativamente al proceso evolutivo de la “Sociedad Internacional”.

Con toda propiedad, por diplomacia en su forma “convencional” debe entenderse básicamente, un proceso de comunicación entre “sujetos y actores internacionales”, que establecen y consolidan sus acuerdos, ejercitan la salvaguarda y promoción de sus intereses y, asimismo, resuelven sus conflictos, controversias y desacuerdos mediante la negociación.

En un mundo “altamente conectado en todas sus formas”, como el actual la diplomacia, en su papel esencial como canal ejecutor de la política exterior, se redimensiona en su rol en la medida en que utiliza para sus fines “herramientas tan esenciales y efectivas”, como las facilitadas por la tecnología de la información y de la comunicación, en las interacciones de “los sujetos y actores internacionales”, nuevos y tradicionales.

En tal perspectiva, debe recordarse que al ejercicio de la diplomacia “convencional” a través de medios electrónicos se le denomina diplomacia digital (“digital diplomacy” o “e-diplomacy”). Así se establece en el “Digital Diplomacy Department” del “Foreign and Commonwealth Office” de Gran Bretaña. Tanto este último país como los Estados Unidos (contando con el “State Department’s e-Diplomacy Office”), son considerados “líderes” en este campo.

Al respecto, cabe insistir, en que actualmente se considera que el Estado que no esté apropiadamente informado “limita sus opciones estratégicas y tácticas” y consecuentemente se le imposibilita poder hacer frente a los desafíos externos con la firmeza y determinación requeridas, y sobre todo, no podría ejercer con la debida propiedad y amplitud elementos esenciales concernientes a su soberanía.

Es oportuno recordar que en las Cancillerías, las labores en este campo han exigido contar con las “correspondientes adecuaciones” (físicas y técnicas), para la efectiva recepción, evaluación, análisis y depuración de las informaciones, tanto de las obtenidas por medios electrónicos, como de las que son el resultado de las respectivas labores que les corresponden como tales a las misiones en el exterior (recibidas mediante informes de diversos contenidos y carácter), e igualmente las generadas a través del trabajo de funcionarios de la propia Cancillería.

En esa dinámica, la correspondiente “estructuración” de las informaciones frecuentemente crea la necesidad de obtener otros datos e informaciones o de completar, precisar, o profundizar en los ya existentes, lo que suele hacer necesarias las llamadas “acciones de búsqueda y conexiones”.

En lo concerniente a la diplomacia digital, según tratadistas contemporáneos, las Cancillerías y las organizaciones internacionales lanzan frecuentemente acciones y emprenden iniciativas que tratan de “influir, participar o atender a las personas interesadas del entorno digital.”

Evidentemente, el entorno digital ha abierto la escena internacional a nuevos actores y “ha desintermediado recursos y procesos”. Asimismo, ha creado nuevos problemas relativos a la seguridad y confidencialidad. En consecuencia, se han multiplicado metódicamente “las fuentes de legitimación, participación y comunicación”, creando una suerte de “diplomacia en red”. En este escenario, hay que saber aprovechar las oportunidades (gestión del conocimiento, mejora de los canales de comunicación, entre otros) y reducir los riesgos (incluyendo permanentemente “la propia gobernanza de las redes sociales”).

En igual sentido, en el ámbito de la llamada diplomacia pública, como se había señalado, las naciones suelen implementar eficaces estrategias para informar e “influenciar” a las audiencias extranjeras, como condición necesaria para la obtención de determinados objetivos de su política exterior.

Estrechamente vinculada con la antes referida diplomacia pública, y evidentemente con la diplomacia digital, se desarrolla la denominada “Cyber Diplomacy” o diplomacia de masas, al considerarse sus ventajas para avanzar con la debida consistencia y con mayor celeridad en la obtención de los objetivos de seguridad específica y en los propósitos económicos y políticos. De ese modo, la diplomacia de masas coadyuva hoy con el ejercicio de la diplomacia “convencional”.

Finalmente, hay que resaltar que la diplomacia, tal como sostiene J. Manfredi, sigue siendo esencial para proteger y promover los intereses nacionales, pero también desempeña un papel fundamental para impulsar el desarrollo de la gobernanza global y la seguridad internacional. La diplomacia “convencional”, la que se realiza entre Estados (y de éstos con otros sujetos de Derecho internacional), sigue siendo relevante, pero asume formas más complejas, adaptando su estructura a nuevas demandas.

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