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UMBRAL

Trump cercado por los cambios

El presidente estadounidense Donald Trump, llegó a la 73 Asamblea General de la ONU atrapado en su lenguaje aislacionista contenido en el “América Primero”, expresión que no hace referencia al continente que habitamos desde Canadá hasta Argentina, sino al terruño que convirtió en país George Washington y en el que se aposenta el deseo de recuperar el poderío económico y la influencia diplomática desprendida de éste y el militar que aún conserva y quiere retener a fuerza de la intimidación destructiva que, a pesar de ser cultural, ha llegado a un punto de excitación que lleva pavura a sus propios aliados.

El discurso de encierro ya no resistía más y aprovecha el escenario de la Asamblea para suavizarlo. Entonces comienza el coqueteo con sus aliados lastimados; les llama naciones soberanas, a lo que uno pregunta: ¿Soberanas ante quién? La respuesta es simple: son soberanas si pertenecen al concierto de naciones “occidentales” que responden a su liderazgo, de ahí que él las convoque para coaligarse y dejar de ser simples espectadores, ignorando que el curso tomado por la mundialización de la economía, la comunicación, la información y el avance de la ciencia y la tecnología con mayor acceso, va cambiando la forma de crear bienes, de hacer negocios y, por tanto, de hacer política, porque los retos son otros y los intereses cambian.

El cuadro que marca la coyuntura política global, es una clara señal de que estamos ante una recomposición que pone en crisis la retórica y la propia praxis de dominación, por lo que sus consecuencias traen a la luz una lucha por la hegemonía planetaria que deja sin valor de uso, e incluso sin valor de cambio, palabrajas que demonizan al que asumen enemigo por no plegarse a sus intereses en contra de los propios, como ha sido tradición a lo largo de la historia de la humanidad cuando la dignidad se bate entre la megle, cuestión a la que se negaron los godos, los hunos, los vándalos, los suevos, los alanos y los visigodos que dieron el tiro de gracia al imperio romano, demostrando que hasta con inferioridad militar y rudimentarios métodos empleados en la guerra, como los del “hombre misil” de Pyongyang, pudieron, en alianza con elementos propios de la dinámica interna de Roma, dar el golpe letal.

El cuadro se torna complejo para Trump, que no es solo jefe de un imperio estremecido por las fuerzas económicas y sociales que se mueven buscando, literalmente, espacio por aire, mar y tierra, sino el comandante de un complejo entramado, definido por Juan Bosch como Pentagonismo, que se colocó por encima del imperialismo al llegar al punto de colonizar a su propio pueblo, el que desde hace décadas busca un líder que deshaga el esquema de fracturación de la sociedad estadounidense impulsado por Ronald Reagan con sus regresivas políticas tributarias y desregulaciones permisivas que condujeron al empobrecimiento de las mayorías y al enriquecimiento de unos pocos.

Estados Unidos, bajo el liderazgo de Trump, tendrá que lidiar con el aguerrido Atila, con Genserico, Adoacro o Boudica, la dama de hierro de lo que hoy es Inglaterra, la que la convierte en la primera, o el mismísimo Alarico que se alzó con el poder; pero también con bárbaros internos, ésos cuyas fuerzas de la sociedad utilizarán de instrumentos para acelerar el cambio.

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