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EN LONTANANZA

Max Henríquez Ureña, martiano

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Henry Mejía OviedoSanto Domingo

En junio de 1913, Maximiliano Adolfo Henríquez Ureña, tenía 27 años de edad y residía en Santiago de Cuba, lugar donde fundaría al año siguiente el Ateneo, y del que sería su presidente. Por esa misma fecha, su tío, Federico Henríquez y Carvajal, el gran amigo dominicano de José Martí, era presidente del Ateneo Dominicano y de la revista mensual del mismo nombre.

En el número 6 de esta última, Max publicó un excelente ensayo literario y político sobre la figura y la obra de José Martí, con motivo de la publicación en Cuba de un nuevo volumen de sus escritos y discursos, obra de la fidelidad y el amor de su discípulo Gonzalo de Quesada.

El ensayo de Max Henríquez Ureña nos muestra a un autor profundamente martiano, y a la vez, un crítico literario maduro, cuyas agudas observaciones se expresan con corrección y valentía.

La admiración por Martí, cultivada como un credo por toda su familia, no nubla la labor acuciosa de quien busca y halla influencias y señales de filiación literaria, pero que no desdeña entrar en el escudriñamiento de la labor política y revolucionaria del Apóstol, componente indispensable de su labor y guía inexorable de su destino, al que todo lo sacrificó, hasta la propia vida. De los conceptos elevados vertidos por Max Henríquez Ureña sobre la obra literaria martiana, es de singular interés el relacionado con el modernismo literario hispanoamericano, del que expresa:

La crítica ha asignado a Martí, y no de ahora, un puesto entre los cuatro fundadores del modernismo en América, junto con Gutiérrez Nájera, Rubén Darío y Julián del CasalÖ El modernismo, bien entendido, en lo que respecta a América y aún a España, ha tenido entre sus caracteres principales tres modas de resurrección. La Grecia antigua, el Renacimiento y los Siglos de Oro españolesÖ Error común es el de muchos cuando entienden que, en América, el modernismo es importado de FranciaÖ Por eso observa muy bien el erudito Justo de Lara que es un error considerar a Martí un escritor de corte francés: “Su castellano-objeta-aunque sembrado de neologismos, tiene un sabor arcaico que denuncia constantemente la lectura de los grandes prosistas españoles del siglo XVII. Las entrañas de su pensamiento también eran españolas”.

Pero, como bien observa Max Henríquez Ureña en su ensayo, si bien es cierto que el Martí literato era castiza y genuinamente español, su pensamiento político era completamente cubano y americanista, expresándose de manera muy acabada en su oratoria, especialmente, en la desplegada en su labor de agitador político y de promotor de la causa de la independencia. Para caracterizarlo, le bastan unas pocas palabras: “Era un sublime revolucionario y un divino redentor”.

De su prosa política, nos lega Max Henríquez Ureña otra feliz definición: “La palabra de Martí, arrulladora y celeste, no tuvo para él mayor significación que la de ser la mensajera alada que encerraba el rayo de las grandes desesperaciones”.

Cierra su ensayo el lúcido crítico dominicano con el atinado análisis de la diferencia visible entre el ideal y los sueños de república martiana, con la deficiente encarnación de la misma en el sistema político implantado en 1902, hechura emponzoñada del ocupante norteamericano al retirarse.

Suspira, con razón, el dominicano, “Ö por la obra estupenda que, de haber subsistido Martí, hubiese podido llevar a cabo para gloria eterna de su patria y de su América”.

El autor es miembro Titular JCE

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