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EN LA RUTA

En la Ruta La comunicación...

Desafortunadamente desde hace muchos años el ejercicio comunicacional en nuestro país, y muy específicamente en lo concerniente a la radio y la televisión, transita por derroteros deplorables. Cada vez es mayor la presencia e incidencia de personajes quienes irrespetando al público y el lenguaje, accionan como antítesis del periodismo y vulgares sicarios mediáticos.

Apoyadas por una preocupante e irresponsable inercia tanto de las autoridades que históricamente han sido incapaces de poner en cintura a aquellos asesinos de las buenas costumbres y gatilleros de honras y reputaciones, así como de los gremios llamados a frenar la usurpación profesional, el desenfreno, la vulgaridad, el chantaje, la violencia verbal y el irrespeto, toman más espacio cada día.

Da pena y vergüenza ver cómo y bajo el infeliz argumento de la obtención de rating, muchos de nuestros medios dan cabida a todo lo que pueda generar dividendos sin importar el daño que esas inconductas generan en la sociedad.

Y es que quiérase o no, el comunicador es un ente de formación; un referente cuyo comportamiento impacta en los esquemas conductuales de la audiencia a la que toca ya sea para construir o destruir y eso reclama la búsqueda de capacitación y de excelencia, tanto en las formas como en el fondo.

Porque aunque el concepto “comunicador” es muy amplio y ha devenido en una especie de sábana (o excusa) que sirve para arropar a todo a quien se quiera cobijar en él, la verdad es que no todo el que así se denomina es periodista porque el periodismo es una actividad que requiere de un oficio y de un dominio, pero sobretodo de un compromiso social.

“El micrófono se respeta aun estando en el estuche” escuché decir con mucha razón al veterano periodista don Negro Martínez, una valoración que toma cuerpo cuando vemos los lastimosos y recurrentes espectáculos de gente sin modales, capacitación ni dicción, que irrespetan al público con malas palabras, estridencia y bullicio en una especie de bueno y válido a lo aberrante.

La inversión de valores y la ausencia de principios que evidencia nuestra sociedad reclaman que la comunicación, como herramienta conductual, sea una aliada en las necesarias labores de rescate y no un aliciente que agrave más una situación que apunta a ir de mal en peor.

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