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Los patos desafiaron a “Irma”

Los patos pertenecen a la orden de lo anseriformes, igual que los cisnes y los gansos. Hay una variedad de patos, incluso para el deleite de los comensales. Mi experiencia visual con los patos está situada en láminas de enciclopedias, en reportajes televisivos, en algunas lagunas de zoológicos y en cuentos infantiles imborrables del tiempo perdido. Como la vida es imprevisible en gran medida, caótica, aleatoria, siempre nos sorprende, nos coloca en los lugares más inverosímiles y nos ofrece imágenes y conocimientos súbitos, nos incorpora a hallazgos curiosos y trascendentes. Con sólo observar, convertidos en lectores de iconografías y estudiosos de la vida animal sobre el planeta, tenemos una variedad plural de la creación verdaderamente impresionante. Por lo general vivimos como ignorantes, desconocemos las otras especies, nos regimos por un código implacable de exterminio y privilegiamos como una facultad omnisciente el destino escogido de la raza humana, en una incesante negación de la vida en su conjunto, incluso de la naturaleza, a la que agredimos sistemáticamente, invalidando una visión holística del infinito proceso creador. Nos matriculamos en la eternidad del ego, pura ilusión onírica, desconociendo las múltiples instancias de vida que pugnan por su vitalidad existencial. En ese trajinar de lo casual, me vi virtualmente atrapado en la ciudad de Miami por la llegada del huracán Irma, cuyo paso devastador por Barbados, San Martin, el norte de Cuba y los Cayos, fue impactante. No debí estar en Miami coincidiendo con el paso del fenómeno atmosférico, porque mi recorrido por varias ciudades norteamericanas suponía mi embarque hacia Santo Domingo, culminando una estadía breve en La Florida. Pero de repente se cerró el aeropuerto, todos los vuelos hacia santo Domingo suspendidos. Intenté viajar a New York para evadir a Irma, pero también los vuelos estaban cancelados. Pensé unirme a las corrientes nerviosas de ciudadanos que huían en transporte privado hacia otras ciudades por donde se suponía que el ciclón no pasaría. La impotencia humana es demencial. Fue entonces cuando decidí enfrentar el “cisne negro” que se interpuso en mi vida. Es inútil, pensé, insistir en lo imposible, había que apelar al nivel de la conciencia, a las variadas formulaciones del pensamiento, a la concreción mental de la resistencia ante el peligro y unirme a mis familiares residentes en esa ciudad, en todas las tareas recomendadas por las autoridades para evitar daños mayores, ante este siniestro categoría cinco, con vientos mortales, augurados como terribles en su ruta sobre Miami. Se fue la energía eléctrica, no era posible darle carga a los teléfonos celulares, pero el huracán dio algún salto que lo desvió someramente del camino que llevaba cruzando frontalmente el centro de Miami. Era un alivio leve. Lluvias intensas, árboles caídos, vientos de una fuerza demoledora, inundaciones en varios condados, un silbido expectante del viento que sacudía las casas, que arrancaba verjas perimetrales. Por una rendija pude ver las aguas violentadas del lago que daba detrás del hogar donde estaba, aquella mansedumbre se convirtió en oleadas de mar revuelto, creciendo hacia el entorno residencial. Fue entonces cuando alcancé a ver a poca distancia a los patos agrupados frente al lago, impertérritos, uniéndose tejido con tejido, cuerpo con cuerpo, dándole la cara al viento. Imaginé que el viento se los llevaría. Eran vientos que arrancaban todo a su alrededor. Los patos no se movían, parecían de piedra, allí durante casi doce horas de tránsito del huracán, vi intermitentemente a esos patos resistir. No fueron a protegerse a los caseríos vecinos. No se desplazaron a ningún lado. Estaban frente al viento destructor, pegados unos con otros. Yo estaba esperando verlos arrastrarse por la brisa descomunal hacia las aguas insurrectas del lago, o destrozados contra las maderas, construcciones, árboles que volaban por el aire. Cuando al amanecer salió el sol, y salimos a las calles bloqueadas a ver los perjuicios, a contabilizar pérdidas, corrí hacia el lago a ver dónde estaban los patos. La piel se me erizó, ahí estaban juntos, agrupados, sin moverse del lugar donde habían resistido el paso de Irma. No lo creía. Me preguntaba cómo habían logrado vencer la fuerza de gravedad. Cómo su unidad granítica derrotó a los vientos huracanados. Entonces me dije a mí mismo, que fui testigo de un heroísmo animal, latente, impresionante, dando lecciones a la vida, sembrados ante el destino, como especie de un valor ilimitado. Fui a verlos de cerca. Hubiese querido abrazarlos, pero pertenecemos a especies distintas con diferentes niveles evolutivos. Solamente me quedé mirándolos como asombrado, como rebosante de admiración, por su ejemplo de templanza cuando todos nosotros corríamos despavoridos ante los demonios de las lluvias y los tornados. Dos días después sentado frente al lago oí un concierto de “cuac cuac”, eran los patos del lago, que me rodeaban. No supe qué hacer. Busqué alimentos y se los entregué, mientras se acicalaban sus uñas, como cortesanas de un paraíso de hermoso plumaje, en aquel entorno desmantelado por las fuerzas ciegas de la naturaleza, como si fuera posible sobrevivir, lidiar con estos fenómenos, salir airoso, y después navegar bellamente reiniciando los ciclos en el lago crecido. Oh Dios mío, los patos inolvidables de La Florida.

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