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Tiempo para el alma

“No obedecimos al Señor, nuestro Dios, que nos hablaba por medio de sus enviados, los profetas; todos seguimos nuestros malos deseos, sirviendo a dioses ajenos y haciendo lo que el Señor, nuestro, Dios reprueba”. Baruc 1: 21, 22.

¿Para qué leemos, si no buscamos aprender? ¿Para qué pedimos, si no damos? ¿Para qué rogamos, si somos crueles? ¿Para qué alzamos los brazos en la adoración, si los bajamos al momento de la acción?

¿Para qué promovemos versículos, si no practicamos La Palabra? ¿Para qué proclamamos “amén”, si hacemos exactamente lo que Dios no desea? ¿Para qué decimos “Dios te bendiga” al hermano de la Iglesia, si de nuestra boca salen maldiciones contra las personas que no nos agradan o aquellas que creemos que nos hacen daño? ¿Para qué lloramos cuando estamos sensibles ante las cosas de Dios, si en cambio, bebemos hasta emborracharnos y damos lástima por nuestra ridícula e incoherente forma de proceder?

La búsqueda de Dios debe ser única, íntegra, sincera, y solo tiene sentido si nuestro objetivo es amarlo, honrarlo con nuestra vida y buscar la salvación, llegar a sus pies en la eternidad. Pensemos, solo pensemos.

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