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IDEANDO

Tía Carmen

Las tías son una continuación cariñosa de las madres. Su tolerancia y consentimiento a veces superan la paciencia de los progenitores.

Así era tía Carmen. Una de las más viejas hermanas de mi madre que siempre le buscaba la vuelta a las cosas para dejar a uno complacido.

Era una tía cercana. Una tía hospitalaria. Una tía cariñosa. Su casa, tanto la de Santo Domingo como la de New York, era refugio de todos. De parientes y conocidos.

Ella era una tía especial. Tan especial como la familia que procreó y los valores bajo los cuales la formó.

A pesar de ser una tía cariñosa y consentidora, era muy enérgica y recta en la crianza. Sus hijos no habrán heredado fortuna ni grandes bienes materiales, pero si una formación doméstica basada en el respeto y la honradez.

Tía Carmen ha muerto y su muerte deja una ausencia insustituible entre nosotros.

Cuando nos comunicábamos semanalmente con ella, desde los rascacielos del frío y la prisa, nos manifestaba su deseo de “volver al pueblito querido que nos vio nacer”. Evocaba fechas, hechos, personas y su memoria parecía transitar felizmente por cada rincón del pasado por donde cruzó su juventud en aquella aldea de sastres, trenes y guitarra.

Los domingos, cuando había juegos de pelota en Pimentel, la casa de tía Carmen se llenaba de sobrinos que nos íbamos a seguir los juegos de pelota cruzando pajonales y empalizadas de la mano de Santia el de madrina Gloria, el nieto de Cila.

Tía Carmen era una mujer buena, no porque haya muerto, ni porque fuera extremadamente generosa con nosotros, sino porque se entregaba a los demás con desinterés y afecto verdadero.

En esta triste despedida que desde aquí le hacemos y que enluta el alma para siempre, resaltamos de ella todo lo que significó para la familia, el grato recuerdo que nos deja y el cariño que sembró con su bondad y desprendimiento.

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