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EN LONTANANZA

Edgar Allan Poe: el enigma final

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Henry Mejía OviedoSanto Domingo

Solo cuatro personas asistieron al funeral de Edgar Allan Poe, un clásico ineludible de la lengua inglesa, y un autor infaltable en cualquiera de las antologías de cuentos que puedan prepararse en los demás idiomas. Tuvo lugar el lunes 8 de octubre de 1849, en la ciudad de Baltimore, y la ceremonia duró apenas tres minutos.

La accidentada y atormentada vida de Poe parece sacada de uno de sus cuentos tétricos, donde lo sobrenatural y el horror se dan la mano. En ese suspenso en que solía dejar al lector, quedó su propia muerte, aún hoy rodeada de un espeso halo del mismo misterio del que fuese un maestro.

Escritor, poeta y crítico literario, nacido en Boston, el 19 de enero de 1809, tenía apenas 40 años al morir en Baltimore, el domingo 7 de octubre de 1849. Su corta existencia fue un rosario de choques sentimentales. Adoptado por un matrimonio adinerado, huérfano desde edad temprana, mantuvo violentas desavenencias con su padrastro, quien acabó por desheredarlo. En 1835 se casó con su prima Virginia Clemm, de apenas 13 años de edad, muerta dos años después de tuberculosis. Este hombre de ojos saltones, frente infinita, mirada triste, entre la de un soñador y un fracasado, vivió y murió solo. No se concibe en quien tanto ha influido en la literatura y las artes de otros escritores y artistas que le sucedieron.

Autor de relatos clásicos como Berenice, Ligeia, El hombre de la multitud, Los crímenes de la calle Morgue, El pozo y el péndulo, La máscara de la muerte roja, El corazón delator, El tonel de amontillado, El entierro prematuro, y el poema El cuervo, jamás gozó de holgura económica. La propuesta de un acaudalado fabricante de pianos de Filadelfia, para que por una buena remuneración compilase y editase los versos de su esposa, lo hizo ponerse en camino y partir de Richmond, donde vivía. El viaje resultó absurdo, con idas y regresos inexplicables, sin dejar apenas rastro de su paso, y sin mantener comunicación con familiares y amigos. Siempre decía que podía oir el sonido de las tinieblas deslizándose por el horizonte.

Lo que se sabe es que vagó ebrio de taberna en taberna; que le fue robada una importante suma de dinero que llevaba consigo, no así, inexplicablemente, un bastón con estilete que de manera inadvertida había tomado en la casa de un médico amigo. Fue hallado en estado pre-agónico en la taberna “Cuarta sede electoral de Ryan”, un domingo de elecciones, con sombrero y ropas que no le pertenecían, y que apuntan a que fue usado como “lacayo electoral” por los operadores de los políticos locales, quienes emborrachaban a pordioseros para hacerlos votar varias veces como si fuesen personas diferentes. Hallado por un amigo, fue internado, moribundo, en el Hospital Universitario.

Antes de morir, según el Dr. Moran que lo atendió hasta el final, pasó de los temblores al delirio “Ömanteniendo una conversación incesante con objetos espectrales e imaginarios en las paredes”. Después de estar la madrugada gritando el nombre de “Reynolds”, se quedó sosegado. “Que Dios se apiade de mi alma”-fueron sus últimas palabras.

En sus últimos minutos debió verse rodeado por sus personajes inmortales. Había declarado, una vez que, “... a la muerte se le toma de frente, con valor, y después se le invita a una copa”.

Miembro Titular JCE Presidente Ateneo Dominicano

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