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FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO

Desde el seno de mi abuela

Con frecuencia me preguntan desde cuándo se me ocurrió hacerme sacerdote. Al principio no sabía qué responder, pero un día surgió una respuesta que me pareció atinada: “Desde el seno de mi abuela.”

Dediqué algo de tiempo a reflexionar sobre el aparente disparate que había dicho. Pero al fin encontré sensatez en mi respuesta.

Recibí las primeras lecciones vocacionales en la ciudad del Viaducto, Moca, donde son “secos, sacudíos y medíos por buen cajón” gente de temple recio; donde la tierra es negra y el alma blanca.

Mi abuela fue mi primera maestra. Esa sencilla mujer, tomándome de la mano, a diario me llevaba a la Misa, al santuario del Corazón de Jesús, donde fui bautizado.

Yendo y viniendo, de la casa a la Iglesia, me enseñaba el camino que conduce a la Fuente inspiradora de toda vocación.

Ella no vio mi vida posterior, pues murió relativamente joven. No vivió la emigración, del terruño de la yuca dulce hacia la capital. Allí seguí el camino, al arrullo del santo rosario, que con mi madre recitábamos al pie de la cama, sin poder resistir la tentación del sueño, que merodeaba como león rugiente.

Tampoco compartió los años en que ensartaba los momentos de la jornada como monaguillo, la escuela y el Oratorio Don Bosco; éste terminó de darme el empujoncito hacia el seminario, junto a otros cuatro muchachos, que veíamos admirados el tremendo trabajo que realizaban los salesianos con esa turba de tigueritos.

Ella no fue testigo de mis esfuerzos por aprender latín, condición sine qua non en la formación sacerdotal. No compartió los años de College en el pintoresco pueblo de Aibonito, Puerto Rico, donde las orquídeas hacen competencia al cielo. No pudo estar presente en los años de estudios filosóficos en la Universidad Salesiana, en la Roma de los Mártires Cristianos.

Tampoco logró ver mis estudios en Alemania; primero en la Theologische Fachhochschule, Benediktbeuern, y luego en la Universidad de Regensburg, donde pude tratar a Josef Ratzinger, hoy conocido como Benedicto XVI, Decano de nuestra facultad teológica.

Finalmente, mi primera maestra presenció desde el cielo el momento en que, el 29 de junio de 1975, en Plaza San Pedro de Roma, adornada por la Colonnata de Bernini, el Papa Pablo VI me impuso las manos, consagrándome sacerdote.

La fe en pañales, al run run de avemarías de mi abuela, continúa hoy dándome calor espiritual. Esa fe tierna, que bebí de esa humilde mujer, es referencia en los pasos con que a diario entretejo el camino de mi vida. Para quienes, curiosos, se aventuren a preguntarme desde cuándo surgió mi vocación sacerdotal, les vaya la respuesta: “Desde el seno de mi abuela.”

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