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UMBRAL

Hamacas y manos videntes

El Tío Antonio es un inmigrante español que quedó atrapado en la magia de nuestra mezcla cultural, en el punto de confluencia del mundo ibérico, el universo de los pueblos originarios americanos, la danza y los tambores que África sembró en la corteza y las raíces de un constructo latinoamericano erigido sobre andamios negros, blancos, mestizos, zambos y mulatos.

Él, que llegó con una quijotesca bolsa llena de sueños solidarios a Granada, se hizo latinoamericano desde la piel a las vísceras sin que su españolidad se perdiera en la senda que lo condujo hacia nuestro universo; su acento, arrastrado involuntariamente desde las manchegas tierras de los molinos de vientos, se confunde con los giros granadinos que parecen impresos en los colores de las casas, las faldas, los sombreros y las sonrisas pueblerinas.

Once años en Granada le han bastado para desgranar sus utopías, para vaciar sus carabelas conquistadoras en los corazones de los nicaragüenses, creando una fundación que abrió las puertas, a los que necesitando ayuda, se le acercaron. Se concentró en aquellos en que la naturaleza puso condiciones especiales, en los que alguna minusvalía, le mereció, en algún memento, el rechazo de los que, a la luz de la conformación biológica sin alteración de sus códigos, se creen perfectos.

Conocí el centro en donde opera su fundación gracias a mi amigo Leonel Espinoza, dirigente del Frente Sandinista de Liberación Nacional, FSLN. Y ocurrió, porque este entrañable compañero me regaló una hamaca elaborada en la casa de El Tío, la que quise conocer porque, la dormilona, en cuyos tejidos se enredaron los colores, blanco rojo y azul, que aun sin el blandón y ni siquiera el mástil, quizás por la disposición en que fueron “armados”, se revela una impresionante obra artesanal que explica una bandera dominicana sacudida con suavidad y firmeza por vientos de libertad.

Pero lo que le agrega valor a este paño, es que tanto él como las demás obras artesanales son confeccionadas por aquellas personas que se acercan a la institución porque en otros lugares no tienen la oportunidad de crecer y desarrollarse como seres humanos útiles; los que tienen ojos que no pueden ver, hacen uso de sus manos para sustituirlos, los que no pueden hablar y oír, recurren a los diferentes recursos que la anatomía y la inteligencia pone a su disposición.

Y así, el centro dispone de El Café de las Sonrisas, que es atendido por sordomudos, gracias a un lenguaje gráfico y de señas dispuesto en un menú que está colocado en las paredes y mesas en forma de mantel. Lo curioso es que este esquema de comunicación puede ser fácilmente utilizable en cualquier restaurante al que acudan comensales que hablen diversos idiomas, en razón de que El Tío Antonio, quizás sin darse cuenta y por ayudar a sus protegidos, creó un peculiar modo de comunicación culinaria con sentido universal.

Este cerebro hispanoamericano está en constante ebullición; no para de crear. Y como muestra de ello anda construyendo La Hamaca Interminable que elabora a base de plástico reciclado y, como si no bastara, inventó el banco de reciclaje para niños, que tendrán una tarjeta en la que acumularán puntos que serán devueltos en juguetes a fin de año. ¡El Tío Antonio, mente progresista de apreciable valor!

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