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Una solución para Valle Nuevo

Las cuencas altas de todos los ríos del país hay que recuperarlas para garantizar que el flujo de agua hacia las llanuras y litorales no falte.

Una vez recuperadas del control que ahora tienen los depredadores, corresponde al Estado impulsar acciones decisivas para lograr que el bosque vuelva a florecer con especies de esas zonas de vida, descartando la “reforestación” con plantas invasoras que luego no se adaptan ni resisten la tempestad de los ciclones.

El problema es que el país carece de una política definida e inflexible para la defensa del medio ambiente y los recursos naturales, por lo que cuando estalla un escándalo, se improvisa una “respuesta coyuntural” para tapar el hueco, dejando el problema de fondo intacto, que no es otro que el escaso cumplimiento de la ley y el respeto a las reglas de juego.

Ahora hay una alarma por la permanencia de decenas de familias en el altiplano de Valle Nuevo, Constanza, quienes viven allí, trabajan, fumigan, cultivan y cosechan hortalizas, a la vez que crían aves y ganado.

A esta gente, esencialmente agricultores de Ocoa, Constanza y Padre las Casas que se han ido a la serranía, se unen quienes detentan miles de tareas de pinares, han levantado cabañas de veraneo y apartado cotos de caza.

Ahora que el Gobierno -a través del Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales- ha dicho que terminará con la presencia conuquera y las cabañas en esa área protegida y parque nacional, conviene plantearse soluciones realistas y definitivas para salvar a Valle Nuevo sin ultrajar a quienes se han asentado allí para trabajar, y que el mismo Estado ha respaldado con asistencia técnica y crediticia, con la edificación de una escuela y otros servicios.

Una solución podría ser que el Gobierno busque una zona baja en la provincia de La Vega, construya casas con pequeñas parcelas que, emulando al Nuevo Cachón, bien podría ser llamado el Nuevo Valle.

Una experiencia próxima es la solución que dio Falcondo a las familias que habitaban en Loma Miranda, a quienes trasladó en forma ordenada hacia La Nueva Manaclita, en Bonao, y allí viven rodeados de todas las comodidades, siguen laborando la tierra y cuentan con todos los servicios para vivir dignamente.

Ese proyecto es un verdadero modelo de solución para salvar zonas vulnerables sin atropellar ni abandonar a la gente que ha tratado de sobrevivir depredando bosques muy sensibles para la producción de agua para gran parte del país.

Lo que no es una solución es decirles a estos agricultores que se larguen sin saber hacia donde van, porque sería idéntico a lo que se hizo a mediados de los años ochenta con la gente que vivía en el entorno de las presas de Jigüey y Aguacate, que terminaron formando cinturones de miseria en San Cristóbal, Villa Altagracia, Baní y otros poblados, así como en las carreteras.

Para los dueños de cabañas en Valle Nuevo la solución puede ser una permuta para que el Estado administre estos lugares y los utilice para labor educativa y de recreación como compensación a las buenas labores de servidores públicos, porque destruirlas no tiene justificación porque el daño sería mayor.

Actuar de esta manera también compromete al Estado a no volver a descuidar zonas tan vitales para la producción de agua, pero a la vez a no emprender proyectos agresivos contra los parques nacionales y zonas protegidas como fue aquel intento de construir la carretera San Juan-Santiago rompiendo cuatro parques nacionales en el macizo montañoso de la cordillera Central.

Felizmente, el Gobierno desistió de ese proyecto, pues si lo hubiese ejecutado el daño sería un millón de veces peor que lo que están haciendo los invasores de Valle Nuevo hoy.

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