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¿Por qué Peña Nieto es tan impopular?

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ROLKIN LORENZO JIMÉNEZSanto Domingo

El pasado 1 de septiembre, el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, rindió su cuarto informe de Gobierno ante las cámaras legislativas, el mismo se vio empañado por la polémica visita realizada un día antes por el controversial candidato republicano Donald Trump, quien ha hecho del sentimiento antimexicano su bandera política.

La visita del magnate estadounidense vino a agregar un componente más a la alta impopularidad que registra Peña Nieto. Según la más reciente medición, el mandatario cuenta con 74% de rechazo popular, convirtiéndose de este modo en el Presidente más impopular de las últimas dos décadas en el país azteca.

La devaluación del peso mexicano en un 25% frente al dólar, en tan sólo 18 meses; los sucesivos escándalos de corrupción, que involucran a la propia pareja presidencial; y el aumento de hechos delictivos que implican a organismos del Estado, así como la invitación hecha a Trump, no son las únicas causas estructurales que podrían explicar la caída libre de Peña Nieto en la aceptación ciudadana, sino que también hay otras causales que vienen dadas desde la propia escogencia del jefe de Estado en julio 2012.

La elección de Enrique Peña Nieto supuso la vuelta al poder del otrora hegemónico Partido Revolucionario Institucional (PRI), luego de doce años en la oposición. En otros países latinoamericanos la sustitución en el poder de un partido por otro es vista como una mera manifestación de alternancia democrática, mas no así en México, donde el retorno del PRI hizo temer el regreso de la corrupción y la impunidad como reglas. Si bien Peña Nieto se mercadeaba como un dirigente moderno, ante todo pragmático, no obstante, los hechos han demostrado que es un político joven, con viejas ideas priistas.

Enrique Peña Nieto llega a la Presidencia irradiando la esperanza de instaurar un nuevo estilo de gobernar, sobre el cual ya había dado muestras cuando, entre 2005 y 2011, se desempeñó como Gobernador del Estado de México, el más poblado del país. Pero su buen manejo como Gobernador no se ha puesto de manifiesto en su desempeño como jefe del Ejecutivo, de un país que desde hace más de veinte años ve amenazada su cohesión social por parte de la criminalidad organizada y por el rezago en el crecimiento económico. Razón tenía el fenecido escritor mexicano Carlos Fuentes, cuando meses antes de la elección del actual Presidente expresó estas proféticas palabras: “No quisiera ni pensar que Peña Nieto vaya a ser Presidente de la República. Es un hombre que no está preparado para ser Presidente de México. Los problemas son demasiado grandes, los desafíos son enormes, y el personaje parece ser muy pequeño.”

Un factor determinante a la hora de entender la desaprobación por la que atraviesa el Presidente mexicano, lo es el hecho de que el mismo fue electo con tan sólo el favor popular del 38.21% de los votos emitidos, con lo cual su administración inició con un considerable rechazo. Para lograr equilibrar la balanza se hacía necesario que el nuevo incumbente tomara ciertas medidas que le pudieran hacer crecer en el agrado colectivo. Por ello, durante los primeros meses de su gestión Peña Nieto sorprendió a la opinión pública nacional e internacional al lograr consensuar con las principales fuerzas políticas un acuerdo denominado Pacto por México, a través del cual se ponía en marcha un ambicioso programa de reformas institucionales que abarcaban al sector energético, hacendario, fiscal, electoral, educativo, laboral y de las telecomunicaciones. Muchos veían ante sí la posibilidad de que por fin México se encarrilaría hacia la, por décadas anhelada, modernización del Estado.

Las expectativas generadas por las reformas se verían prontamente truncadas por la desaparición de 43 jóvenes estudiantes en Iguala, Guerrero. La tardía y mal manejada investigación por parte de las autoridades mexicanas, le dieron motivos a la población para en lo que a protección de derechos humanos se refiere no ver ninguna distinción entre la presidencia de Peña Nieto y las anteriores administraciones priistas del siglo XX.

A muchos la situación en la que está inmerso el presidente Peña Nieto nos hace recordar la misma que experimentó el expresidente mexicano Carlos Salinas de Gortari, quien tras haber obtenido una controversial victoria en 1988, logra en sus cuatro primeros años hacer ciertas trasformaciones institucionales y comerciales que fueron admiradas tanto en México como en el exterior; pero justo en sus dos últimos años de gestión todo fue perturbado por hechos negativos, como el asesinato del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio, la naciente guerra entre los cárteles de la droga y el surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el Estado de Chiapas.

En México no cabe la posibilidad de reelección presidencial y el período tiene una duración de seis años, por lo que al desaprobado presidente Peña Nieto, posesionado en 2012, aún le esperan dos años de gestión. Ante tal desaprobación ciudadana, de haber existido en el ordenamiento jurídico mexicano la figura del referendo revocatorio, como en Venezuela, ya un amplio sector de la sociedad estaría exigiendo la revocación del mandato presidencial; o de haber sido México una democracia parlamentaria, como las europeas, habría ya una moción de censura del Congreso para adelantar las elecciones. Pero como el sistema presidencial mexicano es muy rígido, no hay otra salida que esperar a la elección del sucesor de Peña Nieto en 2018.

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