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Sacrificio

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Luis Encarnación PimentelSanto Domingo

Debido a limitaciones que ya no son secreto para nadie, el gobierno y los responsables del área económica oficial habrán tenido que hacer de tripa corazón, como se dice en el pueblo, a la hora de asignar cada partida en el presupuesto del próximo año a las respectivas instituciones públicas. Ante la necesidad de recortes, dado el déficit fiscal del año que termina y el propósito de ir corrigiendo eso en el curso del 2013, es loable el esfuerzo por cumplir con la meta presupuestal del 4% para la educación, así como por subirle algo a sectores claves para el desarrollo, como el campo. Y como los planes y metas de cada institución generalmente son mayores que las recaudaciones y la posibilidad de asignación, es lógico que una buena parte de las instituciones no sólo no sean complacidas con los aumentos de presupuestos solicitados, sino que incluso en muchos casos sufran recortes a lo que tenían. De ahí entonces que sea entendible que se produzca uno que otro truño -o que se escape alguna lágrima- entre los jefes de instituciones afectadas con recortes o no complacidas en sus aspiraciones. Para cada dependencia oficial lo suyo es lo primero, pero para el Ejecutivo la prioridad es el país entero, o sea, todo a un mismo tiempo. Por eso se comprende, aunque no se comparta, el que en su momento instituciones como la Suprema Corte de Justicia, que tiene urgencia de abrir varios tribunales el año entrante, pegaran el grito al cielo demandando mejor presupuesto; o como el caso de la Junta Central Electoral (JCE), que llevó a cabo un gran laborantismo mediático (¿para crear conciencia o para “doblar el brazo”?), advirtiendo que si no le asignaban lo que solicitaba tendría que suspender una serie de servicios a nivel nacional y cerrar todas las oficinas en el exterior. En verdad, la JCE y su dirección vendió la idea de que si no le daban lo solicitado, todo lo logrado y avanzado en términos institucionales, que es mucho, se vendría abajo y habría un descalabro. Es grande el espanto, peroÖ se cree que no es para tanto. Lo que sí se tiene claro (y el presidente Medina llamó a “amarrarse los pantalones”), es que hay que bajar gastos y costos, y que a la JCE le hace falta más sacrificio, menos cenas y menos vinos al anunciar algo; menos promoción permanente, privilegiando a la misma gente y medios; y menos revistas, y oficinas más modestas.

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