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DE LA MISMA TINTA

Cuando el agua se torna rojiza

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Franz B. Comarazamy F.Santo Domingo

Los lazos familiares representan la unión más fuerte entre los seres humanos por el carácter de índole afectiva y emocional que envuelven y por el sentido de pertenencia entre los que conforman el núcleo del hogar desde el nacimiento. ¿Cuántas veces no hemos escuchado la famosa frase: “La sangre pesa más que el agua”? Es una manera de dejar constancia de que cada uno de los miembros que componen una familia le otorga prioridad, beneficios y notoriedad a sus iguales ante los demás, porque puede más el sentimiento y eso no se discute. Sin embargo, en el transcurso de la vida tenemos el privilegio de encontrarnos con personas, e incluso familias completas, con quienes logramos un alto grado de identificación, que nos mueven a una práctica frecuente de convivencia y con las que llegamos a compartir, en doble vía, las experiencias y a veces hasta nuestro sentir más intrínseco. Hay amistades que están ahí no por obligación moral, como la familia, sino porque les importamos de verdad. Es en ese punto cuando el agua comienza a tomar un matiz escarlata. Entonces creo que es buena y válida la postura de reconocer a estos otros padres, hermanos, tíos, primos y sobrinos de la vida, de la amistad y de las circunstancias, como nuestras familias de agua. De la misma manera que tenemos amistades que llegan a hacerse parte de la familia, hay familiares que se convierten en amigos. Lo esencial es el respeto mutuo, aceptar a cada cual como es, hacernos sentir cómodos mutuamente, seamos parientes o no. Con nuestras acciones sinceras, además de enorgullecer a nuestras familias sanguíneas, demostramos que somos capaces de solidificar sentimientos perecederos y trascendentales con aquellas personas que han manchado de manera estremecedora nuestra existencia y a los que también nos atrevemos a reconocer como familia.

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