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DE CERCA

Aprender a perder

No estoy de acuerdo con el planteamiento que sostiene que “es difícil criar en estos tiempos”, realmente ha sido complicado siempre. Orientar, acompañar y ayudar a una pequeña criatura para que se inserte exitosamente en la sociedad, siempre será una ardua tarea que pone a prueba nuestras dotes de paciencia, amor y entrega. Todos los padres coincidimos en que queremos niños felices, pero felices según nuestro contexto, que no, necesariamente, será el de ellos. Lo que hace felices a nuestros hijos podría sorprendernos: queremos que ellos obtengan una medalla en su deporte favorito, ellos son felices tan solo siendo parte del juego, nos sentimos satisfechos si sus notas son excelentes, ellos están felices con el simple hecho de jugar con sus amigos en el recreo, y así vamos egoístamente estructurando una larga lista de prioridades que quizás para ellos no tienen ni la más mínima importancia. Los expertos en desarrollo infantil afirman que la felicidad no es algo que puedes darle a un niño como un obsequio. Ellos deben aprender a cultivarla. En una sociedad que cada día se vuelve más competitiva, enseñarles a ser buenos perdedores es la clave para que desarrollen la inteligencia emocional. Ellos deben saber que a veces se pierde y a veces se gana. Aprender a perder nos ayuda a ser más sabios y a valorar más nuestros logros sin tener que frustrarnos cada vez que no conseguimos lo que deseamos. Pareciera que llegamos al mundo con la etiqueta “solo para ganar”. El creciente desarrollo de la actividad profesional de ‘Coaching’, motiva tanto a la gente a dar lo mejor de sí misma para cumplir una meta, que muchas veces olvida cuestionar si se va disfrutando el camino. Insaciablemente nos enseñan a acumular premios y a tratar de ser mejores que los demás, y la vida se va convirtiendo en una eterna competencia. Los padres solemos ser muy exigentes y criamos niños con baja tolerancia a la frustración cuando pierden. Los hijos siempre van a querer hacer sentir a sus padres orgullosos y pueden llegar a ver el fracaso como algo intolerable, acción que, lógicamente, los alejará de la felicidad. Perder no es algo que solo ocurre en la infancia, en el rol profesional también perdemos, igual pasa en las relaciones familiares y de pareja. De adultos nos damos cuenta de que nada te dolerá más que perder a un ser querido. Aprender a perder puede resultar irónico para quienes se consideran perfectos. Perder es tan natural como equivocarnos, de hecho, nunca podríamos ganar si no existiese la posibilidad de poder perder, esto no nos convierte en perdedores, las cosas que suceden en determinado momento no definen nuestro futuro en su totalidad, lo hará la manera en la que se afronte esa realidad. Aprender a perder permite comprender que, para tener éxito a veces hay que fracasar repetidas veces. Perder no es humillante, lo humillante es perder y darse por vencido. Levantarse otra vez y seguir, pese a las circunstancias, es de valientes. Pareciera sarcástico, pero perdí el miedo a perder cuando aprendí que hay batallas que se ganan cuando las perdemos. He llorado la pérdida de muchas personas y muchas cosas, pero las enseñanzas más valiosas siempre llegan en los momentos difíciles. Aquellos que ponen a prueba nuestra fuerza. Afortunadamente recorremos el camino primero que nuestros hijos y nos vamos haciendo expertos en el trayecto. Animarlos a encontrar el impulso interior y la sabiduría que requieren para superar los altibajos de la vida, es una labor titánica, pero que sin duda los conducirá a descubrir su propia felicidad. Al final, como padres, eso es a lo que aspiramos.

¡Hasta el lunes!

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