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DE CERCA

¡Que no colapse la solidaridad!

En los últimos meses hemos visto tristemente cómo en diferentes partes del mundo, incluyendo nuestro país, han ocurrido catástrofes naturales que han robado la vida a cientos de personas. No se puede tapar el Sol con un dedo, la mayoría de los desastres naturales son el resultado de nuestras propias acciones; hemos estado, por siglos, convirtiéndonos en depredadores del paraíso que Dios nos regaló. Terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, tormentas, inundaciones... nos recuerdan el poder de la Tierra donde moramos y en la que solamente somos huéspedes, por más que nos creamos dueños y señores. Aquí solo estamos de paso y el planeta nos recuerda que somos seres indefensos, minúsculos ante la grandeza de cuanto nos rodea.

Como humanos nos necesitamos mutuamente, precisamos la solidaridad. Ayudarnos es una obligación moral, pues todos estamos expuestos a la incógnita del futuro, y este tipo de sucesos pone a prueba nuestra voluntad solidaria.

Un ejemplo que llevo colgado del alma es el caso de México; una hermosa nación que un día despertó y de pronto se vio entre destrozos y pérdidas importantes a consecuencia de un terremoto. El país quedó devastado y al menos 40 edificios colapsaron con personas en su interior. Una de estas construcciones fue el Colegio Enrique Rébsamen donde fallecieron varios niños y adultos.

Imaginarme la impotencia de los padres que tenían sus hijos en las aulas en ese momento, me hiela el alma. Entre todo este dolor y esta angustia, un gesto hace renacer la esperanza de que el mundo también está lleno de corazones nobles: varias imágenes de personas trabajando con lo que tenían a mano y formando largas cadenas humanas para mover los pesados trozos de concreto y buscar víctimas que aún podían estar con vida.

De manera casi instintiva, quienes estaban cerca de los derrumbes corrieron a ayudar.

Una hermosa acción solidaria porque esas personas también tenían pánico y aun así, en vez de preocuparse por recuperar bienes materiales, que posiblemente habían perdido en sus propios hogares, estaban ahí, con los rostros cansados, dando lo mejor que cada uno de nosotros posee, el deseo de ayudar al prójimo. La solidaridad de los mexicanos nos deja grandes lecciones de unidad y amor. Los rescatistas trabajaron contra el reloj, los voluntarios sabían que cada minuto era importante, y en medio de todo este panorama las cadenas humanas se seguían alargando. Imposible retener las lágrimas cuando ves que en medio del caos, como si lo hubiesen ensayado, los mexicanos unidos interpretaban a coro “canta y no llores” letras de la icónica canción “Cielito lindo”. Sin duda una de las mejores muestras de solidaridad que he visto.

Mi respeto y admiración para este pueblo. Desde aquí nuestras oraciones por la recuperación de México y la vecina nación de Puerto Rico.

¡Hasta el lunes!

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