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IRVIN Y BRENDA

Lo que hacen dos jóvenes por amor a sus hijos

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Martí Quintana/EFECiudad Juárez (México)

Irvin empezó a consumir con 8 años y hoy pelea contra el abismo de las drogas. Brenda es enfermera, está embarazada de 34 semanas y fue adicta a los opiáceos. Ambos luchan por el bien de sus hijos y su propia salud en Ciudad Juárez, una de las localidades con más adictos de México.

No ver a Mariana "me da mucha tristeza, pero tengo fe en Dios que el día de mañana la voy a ver bien, sin drogas, con 100 pesos (unos 5,2 dólares) o 50 pesos (unos 2,6 dólares). Ahora quisiera verla pero no puedo, no me siento totalmente confiado en mí como un hombre", explica a Efe Irvin, de 24 años.

En la fronteriza Ciudad Juárez, historias como la de Irvin se repiten en demasiados barrios y jóvenes. Procedente de una familia pobre y desarraigada, empezó a consumir drogas a los 8 años, cuando jóvenes de su calle lo invitaron a probar la marihuana.

Le pedían entrar a la tienda de su padre a robar algunas monedas para comprar, y después de darle drogas lo lavaban y acicalaban para que sus padres no se dieran cuenta.

No obstante, una vez descubrieron que estaba consumiendo. "Mi papá me reventó una manguera de plástico en la boca", rememora.

Se cambiaron de zona pero fue peor. Con sus nuevos colegas, descubrió el pegamento y pronto saltó a otras drogas como el cristal, el crack, la coca y los ácidos.

Y entonces su padre falleció, consumidor habitual de alcohol y cocaína. "Murió mi papá y la mamá no se quiso hacer cargo de los becerritos. Ella se fue y me dejó con mis hermanos", recuerda Irvin.

Tocó fondo con la heroína, a los 20 años. Y hoy su rostro chupado y lleno de cicatrices da fe de una vida marcada desde la infancia por las drogas en esta ciudad del norteño estado de Chihuahua, con un elevado consumo de drogas por el narcotráfico, los cárteles, el estilo de vida y la desestructuración de muchas familias.

Pero Irvin no pierde la esperanza y lleva meses limpio gracias al Programa Compañeros, una ONG que desde hace 32 años trabaja en aplicar las mejores prácticas en salud para el abordaje del VIH, la adicción a drogas inyectadas, la violencia y otros temas asociados.

Hoy Irvin es promotor en salud para esta entidad civil y sale con un grupo de compañeros a la calle a repartir jeringas y preservativos, entre otros insumos, a drogodependientes.

Se queja, no obstante, de la discriminación que padece por parte de la Policía, que lo para a menudo acusándolo de pandillero.

En el antebrazo lleva en letras grandes el nombre de su hija, Mariana, y al hablar de ella su ojos se inundan de lágrimas.

"Tiene 5 años y es una niña muy hermosa y muy respetuosa. Muy buena niña. Ya tengo tres años que la dejé de ver, no he ido a verla por mi drogadicción y ahora no la quiero ver porque todavía consumo metadona. Es solo media tableta, pero ya voy saliendo", afirma el joven, que asegura que lo da "todo" por recuperar el amor de su hija.

En la Unidad de Hospitalización de Centros de Integración Juvenil (CIJ) Ciudad Juárez, Brenda piensa en su futuro mientras se acaricia la barriga y ve algunos dibujos hechos por su hijo mayor, que cuelgan de la pared de su cama.

Está de 34 semanas y lleva casi tres meses internada en este centro del CIJ, una entidad con 50 años de historia en México que se dedica a la prevención, la investigación y el tratamiento ante el consumo de sustancias.

Con 32 años, Brenda era enfermera y le diagnosticaron un problema reumatológico a los 25 años que le impidió caminar durante meses. Fue entonces cuando se le recetaron por primera vez opiáceos.

Poco después se separó de su esposo, y en medio de una depresión empezó a automedicarse con opiáceos, un derivado de la morfina "muy adictivo", relata a Efe.

Durante mucho tiempo fue "funcional" en el empleo, aunque la adicción le dio problemas económicos. Y finalmente renunció al trabajo por "temor a lastimar" a alguien.

Sobre todo, los problemas eran emocionales. "Me sentía muerta en vida", expresa.

Se enteró de su embarazo a los cuatro meses, pues su adicción alteró su menstruación. "Ingreso (al centro) para salvarle la vida a ella y salvar mi vida", asevera la futura madre de Emma.

Tras varias semanas internada en este centro que les da atención médica, psicológica y terapéutica, Brenda hoy reconoce la adicción y los fantasmas de las drogas de una forma mucho más clara.

"Lo que más he aprendido es que todos los que estamos aquí tenemos distinta escolaridad y distintas formas de vida, pero un mismo dolor. Porque la adicción es un dolor profundo, y un sufrimiento constante", concluye.

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