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Discurso en OEA

Enviado ve crisis en modelo democracia

El embajador dominicano ante la OEA, Gedeón Santos, consideró ayer que desde hace un tiempo para acá, ha notado una crisis del modelo democrático en nuestra América.

Dijo que en los últimos años ha observado que algunas minorías no quieren aceptar este juego democrático y sin haberse ganado el favor de las mayorías y sin tener la legitimidad del voto, quieren ascender al Poder aprovechándose de cualquier error para convertirlo en crisis y así pasar de la crisis al caos y luego pedir la salida del gobierno ya sea por elecciones adelantadas, golpes constitucionales vía los Congresos o por golpes de estado militar o extranjero.

A continuación el texto íntegro:

Palabras del Embajador Gedeón Santos ante el Consejo Permanente de la OEA para tratar la situación de Nicaragua

Señora presidenta, estimado Secretario General, distinguidos colegas embajadores.

Quiero aprovechar esta ocasión para reflexionar sobre cuatro importantes asuntos que nos llaman a preocupación a propósito del tema que nos ocupa en el día de hoy.

Desde hace un tiempo para acá, hemos notado una crisis del modelo democrático en nuestra América. Desde que apareció como forma de convivencia política, la democracia se pensó como una democracia de mayoría en donde si el pueblo le otorgaba a una organización política el 50 por ciento más un voto en unas elecciones libres, esta organización conseguía la legitimidad para gobernar en nombre de toda la sociedad incluyendo a todos los que no votaron por ella.

Así, las minorías fueran grandes o pequeñas, siguiendo el juego democrático, esperaban la siguiente elección para convertirse en mayoría y desplazar por la vía electoral al partido en el poder. Pero en los últimos años hemos observado que algunas minorías no quieren aceptar este juego democrático y sin haberse ganado el favor de las mayorías y sin tener la legitimidad del voto, quieren ascender al Poder aprovechándose de cualquier error para convertirlo en crisis, y así pasar de la crisis al caos y luego pedir la salida del gobierno ya sea por elecciones adelantadas, golpes constitucionales vía los Congresos o por golpes de estado militar o extranjero. A esta situación política le he llamado “la crisis de las minorías desesperadas”.

Casi siempre estas minorías no están dispuestas a esperar que se cumpla el período que manda la Constitución y con el apoyo ya sea de otras minorías económicas, clericales, sociales, militares, etc., con el apoyo ahora de las redes sociales, de fuerzas externas y de medios de comunicación, violentando el juego democrático y dando la falsa sensación de una mayoría que sólo es mediática, intentan desestabilizar para ver si se pueden alzar con el poder, no importa que con ello se lleven la democracia como la conocemos, que es la democracia de mayoría.

Claro está, que el haber logrado una mayoría no le otorga al gobierno electo una patente de corso para imponer un programa de gobierno impopular o para aplastar a las minorías amparándose sólo en haber ganado unas elecciones con el voto mayoritario. Una mayoría solo se legitima con el constante consenso y la negociación, pues de lo contrario corre el riesgo de ser legal pero no legítima.

El segundo concepto que quiero reflexionar hoy es la crisis del modelo de asociación de Estados versus la llamada sociedad civil. Como todos sabemos, esta organización se creó como una asociación de Estados, para defender sus intereses, para velar por la paz, la convivencia y el bienestar de nuestras naciones. Para ello, asumimos una serie de compromisos económicos, políticos e internacionales. Sin embargo, en los últimos años hemos visto crecer una preocupante influencia en la OEA de las llamadas ONG`s o grupos de la sociedad civil.

Estos grupos, si bien es cierto que muchos son verdaderos luchadores de causas sociales nobles, otras son organizaciones políticas minoritarias con careta de sociedad civil, que, usando el camuflaje de ONG, y con respaldo de fuerzas nacionales y extranjeras, intentan tomar el poder aprovechando cualquier crisis para pescar en río revuelto y desplazar a las mayorías democráticamente elegidas.

Esta influencia de la sociedad civil en la OEA ha llegado tan lejos, que a veces no sabemos si determinadas instancias de nuestra Institución hablan o actúan en nombre de estas organizaciones o de nuestros Estados, con lo cual no sólo se viola el principio de asociación donde debe primar la voz y la defensa de nuestros intereses como naciones, sino que se puede ver como una traición a los verdaderos mandatarios de la OEA que son sus Estados miembros.

Entonces, con una organización que no cree en sus miembros ni en sus instituciones, ¿qué incentivos tenemos los Estados para financiar, defender o permanecer en una institución que prefiere defender a los de afuera y no a los suyos.

El tercer concepto que quiero reflexionar hoy con ustedes es la crisis y el descrédito en la que está cayendo la diplomacia multilateral en la llamada sociedad de la información. Esta crisis se produce cuando se intentan tomar decisiones o emprender iniciativas basadas en los medios de comunicación o en las redes sociales y no en investigaciones serias, depuradas y libres prejuicios y de contaminación ideológica.

A esta forma de acción multilateral yo le llamo “diplomacia del espectáculo o diplomacia farandulera”, pues al igual que la farándula se basa en la búsqueda de la notoriedad y la fama a cualquier precio, usando la frivolidad, la superficialidad y la imprecisión para lograr los fines propuestos.

La diplomacia que se basa en el twit, el recorte de periódico y el rumorer conveniente, es una distorsión del multilateralismo serio que debe basarse en la investigación, la confirmación científica y la prueba incuestionable. Permitir que esta forma de diplomacia retorcida penetre nuestra institución sería un acto irresponsable que terminaría dañando la imagen de una organización, que, como la OEA, ya ha pasado por tantos problemas de credibilidad frente a nuestros pueblos.

Y finalmente, quiero referirme a una realidad que todos vivimos pero que nadie quiere aceptar ni encarar con la valentía y el equilibrio que demanda el momento. Me refiero a la OEA como campo de batalla de la izquierda y la derecha en su lucha por lograr la hegemonía continental.

Esta lucha entre estas dos fuerzas históricas no es nueva, lo único que ha cambiado es la correlación de fuerzas, pues cuando las derechas gobiernan y concentran la riqueza y generan desigualdad, los pueblos se abrazan a la izquierda buscando el ideal de la justicia social. Pero cuando las izquierdas en nombre de la equidad se convierten en populistas y generan desequilibrios económicos y falta de productividad, entonces los pueblos vuelven a girar a la derecha buscando el progreso y la estabilidad.

Entonces la pregunta es: ¿cómo hacer convivir estas dos fuerzas en una organización cuya misión es lograr la convivencia y la paz? Lo primero que tenemos que hacer es no estimular desde esta Organización posiciones ideológicas inflexibles que impidan el diálogo y la concertación, pues por definición la OEA no debería ser ni de izquierda ni de derecha.

La parcialización de la OEA como institución y el activismo sesgado de algunos de sus voceros puede estimular la confrontación y los extremismos, lo que nos convertiría en un ente de división y no de unión, en un ente parcial y no equilibrado y en una organización activista y no mediadora. Y de ser así, ¡qué flaco servicio le estaríamos haciendo al Continente y a nuestros pueblos!

Pienso, estimados colegas, que estas reflexiones nos pueden ayudar a comprender el momento que vive nuestra región y la necesidad de buscar correctivos serios, urgentes y sustentables si queremos alcanzar el ideal de nuestros padres libertadores, que soñaron una América cuyos pueblos fueran verdaderamente libres, viviendo en una real democracia y disfrutando de una amplia prosperidad económica y una plena justicia social.

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