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La consciencia, ‘luz de ser’ y testigo de nuestras vidas

Para de Pablos, todo el mundo sabe en el fondo lo qué es la consciencia, otra cosa es que no pueda explicarlo, pero, sentirlo lo sentimos todos.

El testigo de toda experiencia significa el que contempla el pensar, el sentir el dolor, el placer, hasta el soñar durmiendo.

El testigo de toda experiencia significa el que contempla el pensar, el sentir el dolor, el placer, hasta el soñar durmiendo.Ali Ali / EFE

La consciencia es la capacidad que tenemos para observar el transcurso de nuestras vidas, los pequeños o grandes acontecimientos, así como percibir a las demás personas. Es esa área tan íntima como subjetiva que nos hace ser quienes somos cada uno de nosotros. Pero ¿la consciencia es igual para todos?, ¿tienen los animales consciencia? Y ¿será capaz la Inteligencia Artificial de simular también nuestra consciencia? Son algunas de las cuestiones que se plantea la filosofía contemporánea.

José Luis San Miguel de Pablos es doctor en Filosofía y licenciado en Geología. Autor, entre otros libros, de ‘Filosofía de la Naturaleza, la otra mirada’; ‘La rebelión de la consciencia’ y ‘Oikoi: Mundos sagrados’, y que durante la última década ha centrado su atención en el carácter fundamental de la consciencia, que define como “fondo luminoso del propio ser”, y con el que ha escrito su último libro: ‘Consciencia. El hilo conductor del Universo’, (editorial Kairós).

Para el filósofo, la consciencia “está planteada en la ciencia, en la neurociencia y en la filosofía de forma muy amplia. Si se trata de definir la consciencia científicamente no se consigue porque la ciencia lo que hace es tratar de conocer los objetos, y son objetos porque están fuera de nosotros, a los que uno se puede aproximar y estudiar, pero que se conocen desde el foco de la consciencia del investigador”.

“La consciencia se vive, no se define”.

Según San Miguel de Pablos, la consciencia es una vivencia, una experiencia directa y un espacio de subjetividad. “Se pueden tener sensaciones, emociones que no las piensas, las recibes, pero hay un fondo profundo dentro de uno mismo, que es lo que en distintas tradiciones religiosas orientales llaman el testigo. El testigo de toda experiencia significa el que contempla el pensar, el sentir, el dolor, el placer, hasta el soñar durmiendo”.

“La consciencia se vive - dice el filósofo-, no se define, no se puede verbalizar porque es inefable, se puede nombrar como una metáfora, como la que yo utilizo y que me gusta llamar como ‘la luz de ser’”.

Para de Pablos, todo el mundo sabe en el fondo lo qué es la consciencia, otra cosa es que no pueda explicarlo, pero, sentirlo lo sentimos todos. Cualquiera que tiene una experiencia, la que sea, especialmente si esa experiencia le llama la atención, está viviendo su consciencia. “La consciencia se vive todo el tiempo. Todo ser vivo tiene un espacio interno de subjetividad”.

También los animales tienen consciencia.

El filósofo francés René Descartes (1596-1650) tuvo ideas geniales, pero “también tuvo un error brutal y fue concluir que los animales ni sentían ni padecían, que eran máquinas, y esa idea la adoptó la ciencia racionalista hasta hace muy poco tiempo y también la iglesia católica la sostuvo en contra del pensamiento de san Francisco de Asís. Durante cuatrocientos años se ha creído que los animales eran máquinas, que no podían sentir, sufrir ni gozar”, mantiene San Miguel de Pablos.

Decía Descartes: “Pegar a un perro y veréis que emite ruidos, pero no creáis que sufre, son sonidos como los chirridos de una máquina”. Y de Pablos argumenta que “por muy inteligente que fuera el filósofo francés, le faltaba algún sentido, sensibilidad o intuición y, desgraciadamente, esa idea ha permanecido en la mentalidad occidental”.

Este concepto generalizado que reducía a los animales a simples objetos tuvo una fecha de caducidad. El 7 de julio de 2012, en un encuentro internacional entre neurocientíficos que se celebró en la Universidad de Cambridge (Reino Unido), se llegó al acuerdo de proclamar que, al menos un amplio conjunto de animales (los mamíferos, las aves y algunos invertebrados), “son, con absoluta seguridad, seres dotados de consciencia”.

A partir de entonces, numerosos países han empezado a recoger en sus leyes que “los animales son seres sintientes”.

El enigma de la consciencia en la IA.

Los especialistas en Inteligencia Artificial nos anuncian que están a punto de conseguir ordenadores superlativamente inteligentes. Además, las empresas que los tienen en nómina ofrecen la inmortalidad a multimillonarios que están dispuestos a pagar por adelantado enormes sumas por trasvasar, en algún momento futuro, su consciencia (entendida como los megabytes de su información cerebral) a un superordenador.

Pero, según de Pablos, “la inteligencia artificial no es más que un desarrollo extraordinario de la informática extremadamente espectacular”.

La informática nace a mediados del siglo XX, de la mano, entre otros, del matemático, informático, criptógrafo, filósofo y biólogo británico, Alan Turing (1912-1954). El creador de los ordenadores se dio cuenta de la capacidad de computación para llegar a resultados y solución de problemas que antes sólo resolvían los matemáticos.

“Turing se planteó si en algún tiempo estos aparatos pudieran resolver problemas que sólo resuelven los más inteligentes de los seres humanos, incluso algunos que no pueden resolver, y llegaran a manifestar esa resolución mediante fórmulas verbales, se podría alcanzar a discernir si esos seres también serían conscientes. “Igual tendríamos que admitir que lo son””, especulaba el matemático británico.

“Pues esa situación imaginaria, que él llamaba ‘el momento crucial’, se está dando, es decir, la gran ruptura que se produciría cuando las máquinas informáticas no se pudieran distinguir de los seres humanos, previsión que realizó hace la friolera de 80 años. Pero hay una cuestión que él no vio”, añade de Pablos.

Para el filósofo, un ordenador sigue reglas lógicas y lingüísticas, procesos que tenemos los seres humanos. “Nuestra lógica tiene la facultad de ceñir la realidad – aclara de Pablos- que sigue unas pautas muy simples, es una función humana que puede ser reproducida por una máquina, pero no así el pensamiento. Una máquina no puede sentir una emoción o una sensación”.

El engaño oculto de la IA.

La máquina podrá seguir un proceso lógico y si se le suministran los datos podrá reproducirlos y utilizarlos dentro de la máxima complejidad que lleva programados para obtener un resultado. A partir de que se le introducen esos datos podrá contar con ellos para generar algoritmos, es decir, sucesiones de operaciones que conducen a un resultado.

Pero el filósofo español mantiene que “eso es un engaño y el problema es que como no hay filosofía en el mundo de la tecnología no se tiene la capacidad de profundización filosófica. Hay una gran dificultad para darse cuenta de que están generando una especie de mega engaño a escala sociológica de la Humanidad, aunque yo no niegue que la utilidad de la informática es manifiesta”.

José Luis San Miguel de Pablos enfatiza que la inteligencia artificial no es más que una forma superior de desarrollo de la informática. “Son superordenadores que siguen careciendo de esa ‘luz de ser’, porque esa luz ha llegado a ser después de millones de años de evolución”.

“Creer que con esas máquinas se va a producir una sustitución de la Humanidad, me parece un error enorme. Un loro es más consciente que una de esas máquinas”.

“Lo importante es reconocer el ser profundo de uno mismo, la identidad fundamental de esa ‘luz de ser’ que tenemos todos, la roca firme que eres tú, que cuando la descubrimos y reconocemos, te das cuenta que da igual si eres negro, blanco, hombre o mujer, de aquí o de allá. Eso sólo tendrá una importancia muy relativa, lo importante es el ser esencial”, concluye el filósofo José Luis San Miguel de Pablos.