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Viaje

Por los muros del Panteón se desliza la luz

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Carmenchu BrusíloffSanto Domingo

Su exterior no deja traslucir que es una iglesia, pese a que fue erigido como templo, pero a los dioses. Lo indica su nombre derivado del griego: ‘pan’, todos; ‘theos’, dioses. Hablo del Panteón. El turista desprevenido posiblemente ni siquiera se percate de que es un recinto religioso católico, aunque desde la entrada exijan una vestimenta apropiada. A éste, mi monumento predilecto en Roma, llego un tanto al albur con mi hija Carmen Virginia. No lograba ubicarlo hasta que, al doblar una calle, detecto su majestuoso pórtico donde de frente resaltan ocho esbeltas columnas en granito y mármol que alcanzan 13 metros de altura. (En cuanto a las columnas laterales, alguna ha sido reconstruida con otros materiales). Es fascinante.

(Se le conoce también como templo de Agripa, por el edificio original levantado entre el 27 y 25 a.C. por Agripa. El que hoy vemos fue construido en su lugar durante el reinado de Adriano, entre el 118 y el 125 d.C. En el 609 d.C. lo convirtieron al culto cristiano).

A partir del tope de los cinco escalones que uno sube para visitar esta basílica, dedicada a Santa María de los Mártires, unos tubos verticales dorados enlazados por una cinta azul separan la vía de entrada (y la de salida) hacia las puertas de bronce. Nos preceden varios visitantes extranjeros a los cuales un individuo interrumpe su andar. Exige a una mujer cubrirse los hombros, o no puede entrar. (Tal norma, según he comprobado, no se lleva a rajatabla en todas las iglesias de Roma). Mientras el ‘vigilante’ explica la regulación, otra turista con ropa similar se escabulle disimuladamente por su derecha sin que él la detecte. Ya dentro, a nadie parece preocuparle. Carmen se echa sobre sus hombros descubiertos un sweater que, precavida y pese al sofocante calor, carga con él anudado a la cintura. Una mezcla variopinta de visitantes salta a la vista. Entre ellos, tres chicas con buena pinta que llevan en sus manos grandes pañoletas de gasa transparente. Cada una de distinto color. Se sientan en el suelo y de inmediato con ellas se cubren al estilo islámico. Me pregunto si están creando una pose artificial o si son musulmanas.

En el interior del Panteón, la mirada transita por el amplio espacio circular donde abundan el mármol y el granito, para luego dirigirla hacia la gigantesca cúpula en lo alto que, sostenida por un muro de seis metros de espesor, mide 43.30 metros de diámetro. En su centro, un ojo de buey de casi nueve metros de diámetro desde el cual procede un foco de luz que se desliza por los muros acorde con la época del año y la hora. Impresionante.

Nos encontramos en tan magnífico monumento el día antes en que, según leo en un aviso, el reflejo de la luz que llega a través del óculo alcanzará el centro del portón a las 12:00 del mediodía. Es que quien construyó el Panteón parece que tuvo en cuenta los astros y el cosmos. Incluso muchos creen que dicho ojo de buey era en principio un reloj solar.

(Según leo en un par de guías, a través del óculo cae el agua cuando llueve, pero mediante un trabajo de ingeniería es canalizada de manera que no queda posada en el piso. Me pregunto si en algún momento no le habrán colocado, o colocarán, un cristal transparente)...

Recorrido Tras mis disquisiciones sobre el haz de luz contemplo el piso de blanco mármol donde se dibujan figuras geométricas con bordes en color. Y dirijo mis pasos hacia unos pocos bancos frente a una de las hornacinas las cuales estuvieron ocupadas por estatuas de dioses. Los asientos miran hacia el altar principal, con una imagen de la Virgen con el Niño, del siglo VII. Continúo mi deambular. Busco las tumbas del pintor Rafael, del rey Vittorio Emanuele II, Padre de la Patria, y del rey Umberto I junto a la de su esposa Margherita Savoia. Ante cada una me detengo. Sin dudar. En la capital de Italia, el Panteón es mi monumento favorito.

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