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Freddie Cabral: “La escultura, el taller y yo somos uno”

A propósito de su próxima exposición, en Casa de Teatro, el autor rememora 41 años de labor constante “de un escultor repentino que no amaba la escultura”

Romper la cadena emotiva cuando un plan marcha perfectamente para iniciar otro requiere de gran decisión y valentía. El ejecutante podría caer en una serie de molestias, contratiempos y frustraciones. Me tocó vivirlo. Sinceramente, no fue difícil, sino altamente placentero, gratificante.

Tras siete años de intenso aprendizaje en diferentes academias de artes de la capital donde nací, entendía que el turno de demostrar lo aprendido había llegado. Contaba con más de treinta pinturas al óleo para presentar la primera exposición individual. Fueron hechas con tiempo, ahínco, esmero, dedicación.

Una pizca de temor insistía en que debía mostrarlas antes a personas conocedoras, de confianza, pues la crítica en los años setenta era implacable. En sus publicaciones lo demostraba, con más fuerza hacia los nóveles por tener menos defensores, provocando que algunos luego de un lanzamiento precipitado abandonaran la carrera.

Invité a Domingo Liz, profesor de la materia Modelado II cuando estudiaba Arquitectura en la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD). Consistía en ensamblar piezas metálicas en el espacio, la intención era que los estudiantes aprendieran que las edificaciones deben tratarse como obras escultóricas. También a Soucy de Pellerano, profesora de paisajes y bodegones cuando estudiaba en la Escuela de Artes del Instituto de Estudios Superiores, hoy Universidad APEC, piedra angular de mi formación artística.

Fernando Ureña Rib, buen amigo y compañero generacional, fue el tercero. Éramos docentes en esa institución, donde trabajé por primera vez impartiendo perspectiva y técnicas de presentación. Estuvieron de acuerdo en que estaba listo para lanzarme a la vida profesional. Noté algo extraño: los visitantes prestaron gran atención a algunas esculturas metálicas a usanzas de las realizadas en la UASD que reposaban en una estantería. Tras un buen final, pude continuar la práctica porque mi hermano Leino tenía un taller donde se hacían todo tipo de soldaduras. La libertad que experimentaba me hacía feliz.

En contraposición a la pesada enseñanza escultórica que se impartía en APEC, donde copiaban en barro esculturas grecorromanas y del Renacimiento, no sentía ningún interés por integrarme. “Las piezas ya están hechas”, así me defendía. En niveles más avanzados se trabajaba con jóvenes y hermosas modelos, ni siquiera por lo novedoso de la desnudez femenina pude conciliar con la materia. Era parte del pénsum, por tanto había que aprobarla, lográndolo con bajas calificaciones. A diferencia de la excelencia que mantuve con las demás, paradójicamente la escultura impidió graduarme al máximo nivel.

Los exprofesores al ver las piezas de metal me sorprendieron diciendo: – ¿Quién las hizo? – Yo. El tercero fue más lejos: me invitó a realizar una muestra conjunta. – Cada uno presentará quince obras. – ¡Excelente, me gusta la idea! Valoré mucho el proyecto, ya no enfrentaría solo la temible crítica. Inmediatamente comencé, finalizando pronto. En poco tiempo Fernando anunció una de pintura en la naciente Casa de Teatro. Muy enojado llegué a la inauguración. Al verlo, enérgico, externé mi pesar. En voz baja dijo.

– Por favor, espérame. Volvió con un joven alto, delgado, de tez y ojos claros. –Te presento a Freddie Cabral. Es un excelente escultor, quiero que muestre aquí, no te arrepentirás. Estrechando las manos, dijo: – Soy Freddy Ginebra, pronto iré a tu taller.

La semana siguiente se presentó. Su rostro se iluminó al decir:

– La inauguración será el 21 de mayo (1977).

El arquitecto y crítico de arte César Iván Feris, también exprofesor, me presentó. La muestra fue exitosa, un fenómeno, todas las puertas se abrieron de repente: entrevistas por radio y televisión, conferencias, páginas de revistas y periódicos.

Los metales se pusieron en boga, realicé los vastos murales del Supermercado Nacional de la 27 de Febrero, de la agencia de viaje Prieto Tours, del restaurante y cafetería Pepín, entre otros.

La exhibición de pintura que intenté presentar siendo un mozalbete que abrió el camino al escultor debió esperar 24 años, materializándose en Casa Dominicana en Lawrence (Massachusetts, Estados Unidos), en 2004, al inaugurar “Cuando la humanidad pueda volar”, compuesta por 30 piezas en óleo sobre lienzo.

La escultura, el taller y yo somos uno. Mediante a ellos he logrado cosas inusitadas: recorrer países del mundo, exponer en museos y galerías de importancia, recibir llave de la ciudad, representar a nuestro país en lugares lejanos, obras en espacios públicos…

Aun así, no salgo de la sorpresa del comienzo repentino, ser reconocido como el Rey del Metal, uno de los mayores escultores de las Américas, maestro escultor, celebrar 110 años de festejos escultóricos.

Tengo mucha suerte, Dios me ilumina, no hago más que jugar con todo lo que llega a mis manos, sean metales, madera, barro o plásticos. Hoy, con siete décadas de vida, como un niño me envuelvo diariamente en la intensa actividad lúdica. También lo hacía en la lejana infancia, con las mismas manos, las mismas materias, sin saber que se trataba de arte, ni de reciclaje.

LA EXPOSICIÓN

Freddie Cabral expone en Casa de Teatro durante un mes, desde este jueves 9 de agosto, “Regreso al nido; 41 años después”. La inauguración es a las 7:00 de la noche. La muestra es organizada por la Fundación Casa de Teatro y el Museo Casa de la Escultura.

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