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COSAS DE DIOS

Desatar una jauría

Si un perro hambriento le gruñe y usted le proporciona comida, se calma. Si un niño patalea y lo alimenta, o lo toma en brazos, se tranquiliza. Si un enfermo mental le agrede y lo medican, regresa la paz.

A casi todo el que recibe algo, el deudor, la paga; el pretendiente, el sí y al necesitado, la ayuda, le hace sentirse complacido. Allí terminan sus quejas y, quizás, hasta responda con gratitud. Pasa con la mayoría de la gente, menos con el envidioso.

Mientras usted más le da a una persona que desea su apariencia, su posición social o su familia, alguien a quien le duele lo que usted tiene, este individuo más se resiente. Percibe sus regalos como una limosna, sus gestos solidarios como lástima y, en lugar de hacerle sentir bien, esos detalles que, tal vez, usted le entregue con la mayor buena fe, le hieren y aumentan su frustración, su rabia contra la mano que, entiende, le humilla. Es decir, la suya.

Tratar de ganarse a un envidioso es una misión imposible, ni aunque le entregue el mundo lo tendrá de su lado. Porque éste siempre percibirá que le favorece desde una posición superior, que él o ella desea ocupar pero no cuenta con la capacidad o la determinación de llegar hasta ahí. Por eso, le duele que otros, usted incluido, la alcancen.

La envidia es el más peligroso de los siete pecados capitales, porque no deja nada en pie, destruye todo: el amor, el compañerismo, la amistad, la hermandad y, por supuesto, afecta tanto al que la siente como al objeto de ella. El envidioso se envilece y se amarga por dentro. El envidiado se angustia y, si no pone tierra de por medio, lo envolverá un ambiente tan negativo que, a veces, no podrá explicarse.

De ahí que en esta época signada por la ostentación, a través de las redes sociales, donde nos jactamos de las calificaciones de nuestros hijos, de la figura, la casa, la ropa o el vehículo que tenemos, quiero llamar a la sencillez, a la humildad. Por nuestro propio bien, no despertemos envidia, no la provoquemos. Piense que un envidioso es como un perro rabioso con la diferencia que al primero nada lo va a calmar y el agravante de que, en las redes, nos pueden estar mirando por docena. Así, cada vez que presumimos de lo que tenemos, desatamos una jauría en nuestra contra.

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