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Psicología

La comensalidad en las familias

La comensalidad es el espacio simbólico en el que los integrantes de una familia comparten alrededor de la misma mesa alimentos, tiempo, escucha, valores y sentimientos, es decir, es el hecho de comer juntos en familia. En este momento se hacen y se rehacen continuamente las relaciones que sostienen la familia. En este contexto la comida cumple inicialmente una función social y secundariamente una función biológica nutricional.

Por tanto, compartir la comida satisface un instinto de supervivencia básico, puesto que desde que existían los cazadores-recolectores se necesitaba compartir la tarea de la caza para poder compartir el alimento y de esta manera sobrevivir, pero ya entonces se reunían en grupos (los clanes) para poder aprovechar la pieza de la caza y que esta no se estropeara. Comenzaba la comensalidad.

La cultura moderna ha modificado la disponibilidad del tiempo en función del trabajo y en detrimento de la comensalidad. Hoy en día comer en familia alrededor de la misma mesa empieza a ser un ideal antes que una realidad. Lejos de ser un acto colectivo, se convierte cada vez más en un acto individual. Se pasa de la comensalidad al picoteo solitario y vagabundo.

Hoy las condiciones de vida conspiran contra la ancestral costumbre de comer la alimentación casera en familia, algo que entraña una pérdida de vínculos y valores. Antes era normal a una hora exacta que todos los miembros de la familia se unieran y compartieran alrededor de la mesa del comedor, sus alimentos y las experiencias del día. Se comentaban las experiencias del colegio, los juegos infantiles del momento, se hablaba de los amigos, las vivencias del trabajo, etc. En este compartir se transmitían valores y principios a los hijos sin conllevar un regaño ni una crítica, sino con el diario conversar se expresaban experiencias de la vida diaria que enseñaban con el simple ejemplo de la rutina.

Aprendían a comunicarse y a escuchar a los demás, se respetaba a los mayores y se compartía con los hermanos en igualdad. La hora del almuerzo se volvía una escuela de valores en sí misma.

Para Claude Flischler, sociólogo del Instituto Nacional de Investigaciones de Francia y autor de “El omnívoro”, “comer no es otra forma de consumo como comprar ropa o un auto, es algo que se hace socialmente, por eso hablamos de comensalidad, se comparte la mesa y la comida. La mesa familiar tiene, además, una dimensión educacional. La comida es la ocasión en la que se les enseña a los hijos algunas reglas básicas de convivencia, solidaridad, comportamiento, prioridades”.

Este espacio era nutricional emocionalmente, pues los pequeños aprendían de los mayores sin presiones de ningún tipo. Se comentaba la vida de los amigos, vecinos y familiares, y se transmitían los valores del amor, del cariño, del cuidado a los mayores y a los menores, del cuidado a los familiares enfermos, de la ayuda a los necesitados, de las fiestas nacionales y miles de tópicos más que, sin darnos cuenta, iban labrando en las mentes infantiles valores, principios, respeto y cariño.

Quizá la práctica de preparar los alimentos en el hogar y de reunir a la familiar en torno a una mesa pueda resultar anticuada. Pero la mesa, antes que a un mueble, remite a una experiencia existencial y a un rito. Es el lugar privilegiado de la familia, de la comunión y de la hermandad.

El estilo de vida ha cambiado y las rutinas familiares acusan el impacto. Las horas de trabajo, la cantidad de actividad fuera de casa y los compromisos extraescolares de los hijos fomentan la comida rápida y el hábito de alimentarse de prisa, haciendo que muchas veces se haga imposible que la familia se junte a comer.

De hecho, es común que los miembros del grupo familiar coman a distintas horas. Las notas pegadas en la puerta de la nevera o un mensaje de Whatsapp sustituyen muchas veces las conversaciones en la mesa.

Lo cierto es que hoy se come rápido, se cocina menos y la costumbre de alimentarse en familia está en decadencia. “Comemos como vivimos”, refiere la antropóloga alimentaria Patricia Aguirre, al explicar que esto implica un empobrecimiento.

Pero si nos paramos a pensar en todo lo que estamos perdiendo en el seno de la familia, quizás debamos replantearnos la importancia de compartir la hora de la comida.

Los terapeutas familiares estamos sintiendo mucha lejanía entre los miembros de las familias, pero es que cada vez se ven menos, comparten mucho menos que antes en todo el día. Quizás se crucen por un pasillo corriendo y peleando porque la hora la tienen encima y después nos extrañamos de la falta de unión, de principios de grupo como familia.

Me gustaría que pudiéramos pararnos a recapacitar si sería interesante volver a retomar ciertos hábitos del pasado, como la comensalidad. Yo sé que me van a hablar del horario del colegio, del horario del trabajo, el tráfico, etc., pero podríamos hablar de cenar todos juntos en familia, quizás el horario sea temprano para los adultos pues los menores deben acostarse temprano para poderse levantar a su hora, pero los beneficios que se pudieran obtener serían tantos, que estoy segura que valdrían la pena el intento. Si no, acuérdense que los fines de semana pueden ayudarnos para esto, almorzar sin presión y disfrutando el momento.

Esa comensalidad que ayer nos hizo humanos, continúa hoy haciéndonos de nuevo humanos. Por eso, importa reservar tiempos para la mesa en su sentido pleno de la comensalidad y de la conversación libre y desinteresada. Libres de teléfonos, televisores, etc. Poder disfrutar de nuestra familia libremente.

Lic. Ana Herrero

Terapeuta Familiar.

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